Enfocando el año

 

 

 

Diario IDEAL, 21 enero 2015

 

En primer lugar quiero pedir disculpas por llevar dos semanas ausente de este rincón, pero obligaciones de diversa índole -imagino que imaginas- me han impedido atenderlo como merece. Hoy, sin dejar de estar más tranquilo, procuro retornar para poder enfocar este año 2015 cuasi literariamente hablando, porque si no fuera por esta columna, no tendría ni un segundo para escribir más de ciento cuarenta caracteres. Y es que ya lo dije: este año va a ser movidito.

Hoy tenía ganas de hablar de mi último viaje a China, del que estoy recién llegado, pero anoche se cruzó, una vez más, una película, que, aunque la vea mil veces, siempre me hace reflexionar. Se trata de ‘El Lector’. Ya he hablado de ella y de su novela original que leí hace ya unos años. Pero no deja de cautivarme la historia cruel de la ignorante Hanna y su joven amante, Mikael. Esta historia, llena de tristeza y melancolía con un final inesperado, nos muestra el vacío inmenso que siente la persona que no sabe leer y que halla en la voz de su amante, cura para las heridas, heridas invisibles que antes o después saldrán a la vista para rematar un film, para mí, perfecto y que adapta de forma maravillosa la novela de Bernhard Schlink.

Y ahora que lo pienso ¿cuándo aprendí a leer? No lo recuerdo No tengo conciencia de esa ignorancia que es no saber interpretar el sentido de toda una serie de signos que, tal vez con el símil del chino, te hace incapaz de comprender uno solo de los giros de un trazo que se nos plasma ante las narices. Ese vacío es inmenso y yo lo siento cuando intento comunicarme con otra persona y la barrera del idioma se levanta ante mí como el muro jamás antes construido. Esa es la inmensa soledad del ignorante. Por eso no dejo de buscar formas para salir de esa ignorancia y encontrar caminos que me ayuden a comprender lo que me rodea. Es la maravilla del idioma, de las lenguas, de la comunicación. Somos seres sociales y es la comunicación lo que nos diferencia claramente de los animales (salvo el extraño caso de los delfines y su poderoso cerebro). Por eso cada vez que veo ‘El Lector’ me pongo en la piel de esa persona que está sentada al filo de lo inmensamente desconocido e, incapaz de comprender, se vuelve furioso, como le pasa a Hanna que gran parte de sus heridas están formadas por esas letras que no puede entender, dejándose llevar por la piel y el sexo de Mikael que la seduce a los sones de Homero y su eterno Odiseo.

¿No es acaso maravilloso entender la palabra escrita? Ahora mismo tú lo haces y das forma a las palabras que ahora yo escribo y que, previamente, han sido realidades en mi cabeza. Es el milagro de la comunicación. Por eso la importancia de conocerla, trabajarla, mimarla.

Ahora que la vida me está llevando por diferentes derroteros donde la palabra, el idioma, la imagen forma parte de mi acervo personal, me siento cada día un poco más rico y feliz al vez que crece con todo lo que me rodea, sea en palabras, obras u omisiones, porque incluso, a veces, cuando algo no sucede, en realidad, siempre es porque está pasando algo. El silencio que parece la ausencia de comunicación es otra forma de comunicarse. A veces, incluso, es necesario.

Hanna se comunica con su cuerpo, que también es otra herramienta de comunicación. Sus jadeos, su sudor, su respiración entrecortada, sus lágrimas, no son nada más que formas y maneras de comunicarse y a mí, me apasiona este forma de hacerlo. Es la riqueza de todo lo que nos rodeo y del poder que nos otorga si lo sabemos usar, recibir e interpretar.

No sé dónde acabaré, pero sigo en la idea de retirarme un día y dedicarme sólo a escribir, a contar historias, a fabricarlas, a moldearlas, a pensar en la piel de Hanna y de como un día yo la recorrí y aunque sobre ello siempre haya guardado silencio, no significa que, cada día, añore volver a hacerlo.