Las vacaciones

Diario IDEAL, 23 abril 2014

La verdad es que esta columna debería haberla escrito ‘antes de’ pero como en este país estamos sobraos de vacaciones, seguro que se puede aplicar a lo largo de un año en muchas ocasiones; no en vano, ya está el ‘puente de mayo’ a la vuelta de la esquina que nos dará otra tregua más en un país donde tenemos más puentes que en Madison. Recuerdo como en la última campaña electoral, Mariano nos prometió quitar estas infraestructuras vacacionales y mirar más al sistema anglosajón con las ‘bank-holidays’, pero como siempre, donde dijo digo Diego y si no, pues no me acuerdo porque si no mi tesorero tira de la manta.

En todo caso el objetivo de las vacaciones es descansar. No siempre se consigue. Y no porque no se tengan ganas de ello, sino porque se cometen muchos errores que hay que evitar, sobre todo espirituales y de logística. Uno de los clásicos es poner muchas expectativas en esas vacaciones. Claro, luego pasa lo que pasa. Ni el lugar es tan maravillosos, ni la habitación es tan grande, ni nuestr@ compañer@ es el volcán sexual que creíamos y, ni por supuesto, por más que hemos mirado el tiempo, en este rinconcito soñado, cuando nosotros estamos, no ha parado de llover y claro, la parienta con bikini nuevo, se ha cabreado tela. Por tanto, primera conclusión. Hay que ser moderado y prudente en esas expectativas. Hay que venirse arriba cuando estemos allí, no salir engorilados de nuestra casa y darnos el cebollazo a las cuarenta y ocho horas.

Otro error es trasladar usos y costumbres a nuestro lugar de ocio, descanso y tiempo libre. Eso. Si es de ocio, descanso y tiempo libre, qué más da la hora de comer o la hora de echar la siesta. ¿Ambas cosas son necesariamente obligatorias? ¿Acaso no podemos ‘brunchear’ y relajarnos el resto del día y cenar a la hora alemana para seguir relajados con vinitos y espirituosas hasta altas horas de la madrugada sin la necesidad de que se te agríe la paella por esas dos horas de siestaca, o porque después de una panzá de cenar te duermes y sufres unos ardorazos de la muerte? Prudencia y moderación también en estas cosas.

Añado a la retahíla de errores el tema logístico. Casi siempre, donde vamos no es nuestra casa -domicilio habitual- Por tanto no tenemos las mismas e idénticas prestaciones habitacionales. Así que la cocina no tendrá las mil y una maravillas de la nuestra, las camas no serán esos colchones de última generación que George Clooney usa en Hollywood, y por más enchufes que busques para el secador de pelo, la tableta, el portátil, el móvil, la consola, no los hallas ni tampoco regletas al uso. Y no hablemos de los armarios, la plancha o (mis favoritas), las duchas. Aquí te quiero ver yo. Acostumbrado a los chorros sugerentes de tu ducha, te das cuenta que el grifo de tu nuevo apartamento está repleto de cal y sale un hilillo que para desliarte los rizos te tiras casi una hora. O el calentador es de butano y siempre se te acaba a ti la bombona con el consiguiente grito de ¡me cago en la madre que parió al butanero! como si este hombre, héroe de todos los chistes de viuditas alegres, tuviera la culpa de algo. Y claro todos ‘metiiiicos’ en un minibaño, pues toca ataque de nervios colectivo, mientras que surgen disputas sobre quién tiene preferencia en el único enchufe que hallamos en el salón al que se accede tras retirar el sofá-cama donde nos sentamos a ver la tele que no tiene mando a distancia. Por tanto, en esto también moderación. Moderación a la hora de llenar de ‘gadgets’ nuestro maletero y moderación en la usabilidad del nuevo espacio habitacional en el que vamos a pasar los próximos días.

Y sumo: al lugar de descanso también se va para descansar de nuestro ‘outfit’ habitual. O sea. Que los ropajes que usamos habitualmente hay que dejarlos y probar tendencias nuevas, cómodas o simplemente diferentes. No se trata de tirarse con el chándal, los piratas o las sandalias de romano todas las vacaciones. Se trata de adaptar nuestra vestimenta al lugar, pensando en que ésta nos ayude a disfrutar del lugar al que llegamos, porque ni tenemos armario para tanta chaqueta y falda plisada, ni zapatero para tanto tacón, ni baño para tanto secador, alisador y mascarilla. Y además, si vas a descansar, ¿qué coño le importa a los demás como vas vestido? El que sabía de todo esto mucho era Tarzán. El si que sabía vivir la vida. Pero claro, me dirás querido lector: él siempre estaba de vacaciones en la selva.