Compañeras, desde Texas… ¡hasta siempre!

 

 

 

 

Es extraño pero creo que llevabais en el ADN escrito, morir en Texas. Llegasteis este año 2016, en la mañana de Reyes, nuevas, ligeras, listas para empezar la tarea de caminar en este nuevo año que tantos retos nos traía.  No recuerdo haber usado tanto un mismo par durante tantas horas y en tantos sitios. Y todo porque, con la edad, empiezas a tener esas pequeñas manías que hacen que, si algo te va bien, repitas y repitas. ¿Taslimanes? Con ellas llegué este año a Texas -¿os acordáis?- y aquí se quedarán para siempre. Durante este año casi que se acaba, has pasado conmigo un incontable número de horas, han recorrido miles y miles de kilómetros, sin quejarse, sin apenas despeinarse, sintiendo que el tiempo pasaba por vosotras, sólo por el evidente alisamiento de las suelas que hacían ya, últimamente, que me resbalara en algún que otro sitio.

Hemos pisado ciudades, trenes, metros, aviones, coches, hierba, cemento, adoquines; hemos caminado por las vías del tren, recorrido líneas interminables amarillas o rebozado en la arena atlántica de Mustang Island e incluso, descalzo, os han escaneado, sin temor a que vieran vuestra desnuda sencillez.

Hemos pasado horas en los aeropuertos de Madrid, París, Amsterdam, Londres, Nueva York, Washington, Dallas, Houston, Austin y  Charlotte.

Hemos cruzado casi la frontera con México, hemos llegado en Cardiff o Rotterdam y me han ayudado a fotografiar segundos de nuestra cotidiana realidad en Venray, Cirencester o Fredericksburg.

Habéis sido mis incansables compañeras en Torrelodones, Torredelmar, San José o Peal, acelerando, frenando o embragando sin descanso por todos esos lugares que hemos recorrido en coche o en moto. Y como unas amigas de toda la vida, hemos disfrutado de las cuatro estaciones, cafés, cervezas, mar, tierra y aire.

Y es que este año ha sido un año muy especial y vosotras lo sabiais. Y ha querido el destino certificar que se cumpliera lo que decía vuestro ADN y, en el último acto al servicio para captar lo mejor de un instante, no os importó enterraros en barro, hasta ahogaros en Luckenbach, para despediros para siempre y quedaros en esta tierra infinita que muy pronto me volverá a ver para quedarme durante mucho tiempo y poder, por fin, traer, a los que más quiero, cumpliendo, así, también lo que dice mi onírico ADN.

Me alegra y emociona despedirme de vosotras aquí, en Texas, en San Antonio, donde, como me ocurriera en 1999 al marcharme a Madrid, os habéis asomado conmigo al vertiginoso salto al vacío que es encontrar, de nuevo, la emocionante sensación de estar vivo, intensamente, otra vez y volver a crecer profesional y personalmente como nunca antes lo había hecho.

Os quedáis para siempre en Texas, tierra prometida, habiendo dado lo mejor de cada una de vosotras… Hasta el empujón final, ¡compañeras!

Os llevaré siempre en mi corazón. DEP

vagamundos_zapas_1