Hipotecas ideológicas

 TAGS:

Diario IDEAL, 19 mayo 2011

Me gustaría haber dedicado esta columna a expresar mis deseos electorales vista la próxima cita que tenemos este domingo. Pero no será así puesto que al menos, creo, querido lector, sabes qué papeleta no metería. Por tanto, más que pedir el voto para éste o aquel partido, prefiero invitar al no voto. Si no se entiende, quizá, en otro momento lo explique con mayor claridad y contundencia ya que, intuyo, las nuevas llamadas a urnas se van a precipitar como cuando se desmonta un castillo de naipes.

Hoy toca hablar de eso que es conocido como motivación. La necesaria para salir de momentos difíciles como los que nos embargan a diario, sobre todo para aquellos que un día decidieron emprender el viaje de ser empresario – esa hydra infecta y pútrida odiada por nuestros sindicatos-. No hablaré del arte de emprender, que ya lo he hecho. Ni del arrojo imprescindible para dar el salto; y si me apuras, del toque de locura que en este país se precisa para montar una empresa. No. Hoy me centro en ese motor absolutamente preciso e imprescindible que genera la motivación y no es otra cosa que nuestro coco.

Este sábado pasado sufrí una de mis peores pesadillas subiendo a La Jarosa (Guadarrama). Es ese típico día en le que tu cuerpo no responde ante ningún estímulo y pese a sentir que tus piernas no fallan, lo que no funciona es la materia gris. Llegué a meta completamente destrozado, hundido y fracasado (psicológicamente). Al contarlo, una buena amiga me dijo pese a todas las cosas negativas que te pasaron en carrera ‘tiraste para adelante y entraste en meta’. A continuación, otro me dijo, ‘el éxito es el aprendizaje en pequeñas etapas de fracasos’. Y por último, sin querer, leí ‘el fracaso no es lo peor que te pueda suceder; en cambio, el no volver a intentarlo te derrotará para siempre’.

No descubro la pólvora si afirmo que no sólo para ser emprendedor, sino para todo, lo que manda no es el corazón sino el cerebro. Ahí es donde reside nuestra grandeza o nuestra miseria. Por eso la desmotivación, por acción u omisión, se centra en esa parte fea de nuestro cuerpo a la que apenas si le hacemos caso. Como digo, pese a todo, ayer me fui con otro amigo a Navacerrada y empecé a entrenar como si nada hubiera pasado el sábado. O sea: aprender del fracaso, e intentarlo de nuevo. Sólo depende de mi actitud. De mi coco. De mi cabecita. Como en todo lo demás. Pues estos ejemplos deportivos son más que trasladables a las situaciones complicadas y desmotivadoras que, como empresario, puedes sufrir a diario: poco reconocimiento, escasos frutos, impagos, retrasos, incompresión y hasta largas travesías del desierto en busca de ‘oasis de moral’. Pero pese a ello, llega la noche, el sueño y al día siguiente sientes la terrible necesidad de volver a intentarlo con todas tus ganas. El fracaso es eso: no volver a intentarlo.

Cada día aprendo más de mis errores, de mis fracasos, de mis frustaciones, reveses y hasta pájaras. Pero a su vez me siento más fuerte, atrevido y hasta osado. Es la locura del vértigo que produce ser dueño de tu destino, en libertad.

Por eso, querido lector, jamás entenderé las hipotecas ideológicas, sociales, culturales o económicas que nos imponen en este país.