La sala de espera

 

 

Diario IDEAL, 27 agosto 2014

 

Recién llegado, se había acomodado en uno de los banco rojos de aquella sala de espera. Sin apenas decoración. Una sala de espera de un centro sanitario es así. Frío. Sentía tanto frío como el propio espacio al que había llegado. Sólo lo calmaba y reconfortada la mano de su madre que, de vez en cuando, la paseaba por su espalda. La espalda estaba cóncava. Su espalda. Recordaba a los cascos de las naves de Odiseo. Una metáfora que su madre traía a su mente con tanta frecuencia que acababa llorando. Aún no sabe cómo se podía haber evitado llegar a aquella situación. A esta sala de espera.

La sala de espera era el penúltimo escalón subido en una larga vida de sin sabores. Malas relaciones matrimoniales, frustraciones, hijos desagradecidos y mal educados, y el más pequeño, al que ahora acompañaba en la sala de espera, era quizá la última espina clavada en su corazón. Los engaños de su marido eran, en ese momento, agua pasada.

Sarah espera la llamada de su turno. Le había costado expresar a la enfermera del control de urgencias qué demonios le pasaba a su hijo, pero cuando pudo ver lo que le describía la madre, no dudó en dejarlo pasar a la sala de espera. ‘Rápidamente la llaman’.

Aquella sala de espera, fría, con sillones de plástico rojo, sin apenas decoración, una pantalla informativa de los turnos, y dos hombres sentados al fondo, separados entre ellos de forma evidente, era lo único que se podía ver a esa hora. Las 4:50 am. No es un lugar para venir a pasar la noche. Ni siquiera de borrachera. Ni siquiera a enjugar las lágrimas por los enésimos cuernos de su marido.

Sarah acurrucaba a Luigi. Luigi gimoteaba mientras ella repetía su liturgia para tranquilizar a aquella extra figura que se dibujaba, cóncava, debajo de una manta a rayas de colores. Los hombres observaban entre silentes y aterrorizados la figura de aquel ser y los continuos gestos de cariño de su madre. Pensarían que se había torcido un tobillo o que habría sufrido una indigestión por una cena pesada y tardía.

A los pocos minutos su número aparecía en la pantalla: ‘A320/Sala 2’. Sin embargo, Luigi no podía ni moverse. Sarah se levantó para pedir una silla de ruedas. La enfermera no lo dudó. A los segundos allí estaba un enfermero de porte ciclópeo que recogió a la extraña figura para sentarla con un cuidado extremo, de medio lado, en la silla de ruedas. Era como dejar una pluma en el borde de una mesa. Luigi, aquel niño de catorce años, no paraba de sollozar. Sarah no podía evitar esconder las lágrimas que fluían, sin control, de su ojos. Uno de los hombres, de rostros cetrino, susurró: ‘señora, no se preocupe. Seguro que no es nada’. Sarah le devolvió una mirada esbozando en su cara un gesto de agradecimiento y de enorme resignación.

La Sala 2 era la de traumatología. La doctora Ascensión era la encargada, a esa hora, de las urgencias. ‘Por favor, deje al niño aquí’, le indicó al enfermero, que, en unos segundos, había colocado sobre la camilla a aquel extraño ser. Retiró de una fuerte sacudida la manta de rayas para dejar descubierta la figura de Luigi. El niño de catorce años vestía pantalón corto vaquero, una camisa de cuadros, calcetines blancos y deportivas. Así lo relataba la doctora Ascensión mientras grababa su intervención en un extraño micro que llevaba prendido en una de las solapas de su bata blanca. ‘El niño al que atiendo debe medir unos ciento sesenta centímetros, pero presenta una desviación cóncava de la columna vertebral que hace que esté de forma perenne en una posición fetal’. Luigi llevaba varios meses en posición fetal. La madre apostilló ‘siempre está acostado’. La doctora la reprobó con la mirada. ‘¡Señora manténgase en silencio! Si necesito información, se la pediré. Intento describir lo que veo’. Siguió hablando: ‘su peso es algo más bajo de lo normal pero no presenta síntomas de inanición. Sus pupilas están dilatadas. Los ojos aparecen descontrolados. en una especie de REM en bucle. Parece que el cerebro ha desconectado. Solloza. Sus brazos son más largos de lo habitual’. Y se hizo un enorme y cortante silencio. La doctora carraspeó.

‘ Tras comprobar que el paciente tiene unos brazos más largos de lo habitual, su espalda cóncava y una permanente posición fetal, descubro que sus dedos se han quedado pegados a un extraño aparato móvil de videojuegos. Su piel ha mutado en una extraña de capa plástica del mismo color que los botones desgastados del aparato que emite, sin parar, destellos de luz, pitidos y un extraño mensaje: LOL’. La doctora movió el aparato buscando el botón de ‘off’. Cuando lo localizó, lo pulsó con fuerza para apagar aquel invento electrónico. Luigi emitió una largo y desgarrador sonido, mezcla de graznido y dolor que esa noche inundó el ala de urgencias del hospital. El aparato se apagó. La doctora Ascensión no pudo sino certificar la muerte de Luigi a las 4:58 am.