¿Podríamos ser de nuevo un imperio?

 

Diario IDEAL, 5 de noviembre 2014

 

Sí. Sin duda. España podría serlo. Y estoy firmemente convencido. Si pudiera sacar a los más de cuarenta millones de compatriotas a dar una vuelta por el mundo, estoy más que seguro que España, otra vez, sería la dueña del mundo, Esta vez sin necesidad de barcos, armadas invencibles, yugos, flechas, estandartes, cruces, rosarios, picas, lanzas o evangelios. Sumo en mi haber una cantidad importante de kilómetros. De kilómetros nacionales e internacionales. Y no me canso de ello. Como no me canso de albergar la esperanza de que esto un día cambie.

Soy un fanático del poder del conocimiento que te da el viajar. Pero sé que esto no está al alcance de cualquiera. Me siento afortunado por poder hacerlo y por eso me gusta compartir todo lo bueno y malo que veo cuando viajo. Porque cuanto más lo hago más cuenta me doy de lo terriblemente desperdiciados que estamos en este país. Sí, desperdiciados. Creo que el ‘que inventen ellos’ que se apoderó de esta nación allá por 1898 aún no se ha terminado de disipar. Y no lo ha hecho porque los españoles nos hemos echado, literalmente, en mano del poder ‘públipolítico’ que nos ha dejado, no en paños menores, si no en la más puta de las miserias. Y ahora parece que atisba un mínimo sonrojo público de vergüenza ajena al ver todo lo que está pasando, pero el efecto es querer que, de nuevo, esto lo gestione un poder totalmente público llamado Podemos. ‘Salimos de Guatemala y nos metemos en guatepeor’.

Esa terrible vergüenza nacional que exhibimos en telediarios es absolutamente antónima al éxito que desprende la marca España en el extranjero. Es acojonante. Es apabullante. Es extraordinario. Somos un país privilegiado, en un contexto privilegiado que nos hemos dejado matar por el peor de los pecados capitales: la pereza.

Somos muy perros. Vagos en exceso. Pero esta ‘perrunez’ no es laboral. Es de dignidad. Hemos caído ante la pereza de nuestra propia dignidad como país dejando nuestro destino ‘civil’ en manos de sucios avaros, ávidos de esquilmar la esencia del ser humano: su libertad, su decisión. El poder ciudadano en España es un monumento a la pereza nacional. Y como todo pecado, lleva su penitencia si queremos aliviar su comisión, y en su caso, con propósito de enmienda, tras un severo examen de conciencia, solventar esto.

Cuando uno asoma las narices allende de las fronteras, cautivamos con nuestra cultura, nuestra gastronomía, nuestro saber estar, nuestra educación, nuestra seriedad, nuestras prestancia, presencia y elegancia. España tiene una excelente reputación exterior. Es sinónimo de calidad y eso es, seguridad. España enamora en el extranjero por sus gentes, sus lugares increíbles, su clima, por nuestra generosidad y hospitalidad. España es ese país donde millones de extranjeros desearía vivir, sólo por el hecho de que en España se vive muy bien. Sí, vivimos muy bien; pero no somos merecedores de semejante beneficio. Y no lo somos porque seguimos creyendo que la cura de la pereza es dar poder a lo público, sin que eso exija un previo control y autocontrol de lo privado. ¿Si cobras en negro cómo vas a exigir a un político que no robe? ¿si cobras ‘el paro’ pudiendo trabajar, cómo exigir a un político que no dilapide? ¿si consumes y almacenas medicinas sin ton ni son, cómo exiges a un político que no pague putas con tu tarjeta? ¿si un maestro no enseña a tu hijo, sino que lo adoctrina, cómo exiges que no te adoctrine un telediario, un periódico o una programa de radio? ¿si tú no cumples en tu trabajo, cómo exiges trabajo al servidor público? Y así, hasta el infinito y más allá.

Pero, generaciones nuevas llegarán. Aprenderán de los pecados capitales de sus predecesores y, tras limpiar su propia vida privada, exigirán que lo público esté a la misma altura. No se trata de ideología. Se trata de dignidad. De la dignidad de un ciudadano que paga impuestos y que exige al que lo administra que así lo haga, Y si no lo hace, paga con la cárcel y el escarnio público que merece. Porque los recursos son finitos. Como finito es la capacidad de esfuerzo de la persona. Como finitos son nuestros días.

Vivo momentos de asco y vergüenza por lo público de nuestros país en todos los escalones, pero vivo momentos de esperanza porque las nuevas generaciones que vienen lo tienen mucho más claro que nosotros. Y viajando lo veo, lo noto, lo siento. Y eso me ayuda a ser optimista. Muy optimista. Pero, por favor, pensar que Podemos es la salvación, es lo que me obliga a tener las maletas listas por si hay que emigrar. Lo he hecho de Andalucía y lo haré de España, llegado el caso. Con mi dignidad como ciudadano, como persona, nadie jugará jamás.