You are my destiny

Diario IDEAL, 13 agosto 2014

‘You are my destiny, You share my reverie, You are my happiness, That’s what you are…’ era el estribillo que sonaba, hora tras hora, en aquel bajo destartalado que, en invierno, parecía el más gélido de los lugares del mundo y, en verano, bien podría ser un ejemplo del infierno en vida. Pero su dueño no dejaba de jactarse de que el negocio lo había heredado de su padre que a su vez lo había recibido de su padre y así durante, al menos, siete generaciones. Jasón apenas si había tocado su mobiliario. El último cambio que recordaba haber hecho fue la necesaria adaptación de la ‘corriente’ que pasó de ‘cientovinticinco’ a ‘doscientosvente’. Y por ley, tuvo que dejar de usar aquellas navajas que afilaba con una enorme cinta de cuero, para pasar a usar unas que las imitaban pero que lo único que hacía era sustituir una cuchilla de afeitar en su punta. ‘Para los temas de la sangre’ decía. ‘Aquí llevamos siete generaciones de barberos y nadie ha pillao ná’, afirmaba mientras cambiaba la enésima cuchilla de ‘usar y tirar’ para rasurar un cogote más.

‘You are my destiny, You share my reverie, You are my happiness, That’s what you are…’ era en aquella barbería lo que los pitidos de la radio son en las señales horarias. Aquí, cada hora era marcada por el ritmo cadencioso de esa coplilla que ya le era familiar a todos los clientes habituales. Imagina que si había algo de cola, porque la barbería de Jasón siempre tenía cola, podías oír como mínimo una vez la canción y si acudías a la citada barbería dos o tres veces al mes, bien por un nuevo cogote, un pelado a cuchilla o un simple afeitado ‘a la antigua’, te llevabas a la buchaca, al menos, tres o cuatros veces, el citado soniquete.

‘You are my destiny, You share my reverie, You are my happiness, That’s what you are…’ y tocaba cerrar. A las dos en punto de la tarde, cada día, de lunes a sábado, Jasón cerraba puntual su barbería. Apenas lo intentó este día. Un pie se interpuso entre la puerta y el marco, mientras un grueso periódico hacía lo mismo, esta vez, entre la puerta y el quicio. Así aquel personaje se aseguraba que Jasón, por mucho que tirara fuerte de la puerta de su barbería, no cerraría a las dos de la tarde. Era la primera vez en su vida que no sólo no podía dar cerrojazo a esa hora, sino que se cruzaba con aquel tipo de alopecia destacada, tez morena pasada por rayos y vestido de negro riguroso. `¡Quiero que me afeites!’ Sonó a orden y con un acento extraño. Jasón, petrificado, no supo reaccionar de otra forma. Abrió la puerta, dejó paso expedito a su cliente, lo sentó delicadamente en su sillón, le colocó un enorme babero y se dirigió a la percha donde dejaba su bata blanca, impoluta, bata que lucía su nombre bordado en un único bolsillo situado a la altura de su corazón y que rezaba: ‘Jasón, tu barbero’. Antes de coger sus arreos de maestro, colocada y abrochada su bata blanca, se dirigió hacia el aparato de música para comenzar, como cada mañana, con el ritual litúrgico de la apertura de su barbería.

‘You are my destiny, You share my reverie, You are my happiness, That’s what you are…’, comenzó de nuevo a sonar. El extraño visitante alzó la mano sacándola de debajo de aquel enorme trapo satinado que Jasón le había ajustado al cuello de forma casi al límite del estrangulamiento. ‘¡Para Jasón!’ le espetó. Y Jasón, como abducido por aquel tono imperioso, cortó la música. Y el silencio se volvió dueño y señor de aquella estancia habitada ahora sólo por el barbero asustado y un extraño señor de negro, moreno artificial y alopécico que se había presentado de forma repentina en su barbería. Jasón permanecía mudo y el cliente con su brazo levantado. El silencio parecía interminable, infinito, hasta doloroso para lo oídos.

El brazo del cliente comenzó a caer de forma lenta y pausada, mientras que abría su mano para simular la caída de una pluma, moviéndola grácilmente de izquierda a derecha. Una potente y melódica voz salió de repente de su garganta: ‘You are my destiny, You share my reverie, You are my happiness, That’s what you are…’.

Jasón cayó en ese preciso instante. Era el mismísimo Paul Anka el que se había presentado en su barbería, en persona, para deleitarlo con la letra y sones de aquella coplilla que tantos años llevaba oyéndose en la barbería, tal vez, más antigua de la ciudad. La barbería que parecía un frigorífico en invierno y un horno en verano, sirvió de escenario para que sonara aquella canción, en vivo y en directo. Jasón rompió a llorar. Jasón se sintió el hombre más feliz del mundo. Jasón oía, así, de viva voz, en su barbería, el estribillo de la copla que cada hora marcaba el ritmo de su trabajo. Jasón era puro gozo.  Sin embargo, el corazón de Jasón no pudo soportar tantas emociones juntas. Decidió detenerse mientras el señor Anka cerraba por enésima vez los ojos entonando de forma orgásmica su ‘You are my destiny, You share my reverie, You are my happiness, That’s what you are…’.