La noche que besé a Julia Roberts

Son las 7:30 horas de la mañana. Amanece en Hong Kong. Aquí estoy atrapado en este aeropuerto mientras hago tiempo para enlazar un nuevo vuelo que me devuelva a Europa tras haber atravesado ya medido mundo siguiendo a una estrella. Este aeropuerto está plagado de miles de criaturas, lo mismo que su enigmática ciudad, que pululan de un lado a otro aparentando un ejército de hormigas divisadas desde esta atalaya que es la barra de cristal en la que estoy sentado mientras que acabo un capuccino de McCafé, unas de las pocas franquicias que en este aeropuerto no te ofrecen comida asiática. La verdad es que para mí ahora unos nuddles no es lo más apetecible. He tirado de manual y junto a un café bebible acompaño un especie de ensaimada redonda preñada de uvas pasas. El botellín de agua hará la veces de salvador. En la redacción esperan mi crónica. Y, sinceramente, es que aún no sé por dónde empezar. Tal vez esta entradilla la pudiera usar. Seguro que no me pondrían ninguna pega.

Madrid-Nueva York-Los Angeles-Tokio-HK-Amsterdam y Madrid. Ese es mi recorrido de este tórrido verano. Todo por seguir a una estrella como he dicho antes. Hace apenas un mes tuve un sueño. Un sueño en el que Julia Roberts decidía besarme. No estaba seguro si yo era el protagonista de Notting Hills o, simplemente, había una superposición de imágenes que mi subconsciente me estaba proyectando para tener una erección a media noche. No sé si esta fase es la REM o cuál de ellas es, pero os puedo asegurar que el sueño era muy real. Julia me cautivó con esa espléndida melena con mechas rubias que lució hace pocas noches en el show de Ellen de Generes. La verdad es que estaba bellísima. Siempre ha estado bella. Pero ahora que ha dejado los cuarenta ya de lejos, Julia ha entrado en ese club de mujeres que pasada esa barrera, se convierten en verdaderos cisnes blancos… y negros. En el citado programa Julia se descalzó para dar una sorpresa a un pizzero que la noche de los Oscars les había llevado en directo esas redondas y gigantes porciones a la gala y que se comieron al alirón ella y otras ´celebrities’ más, tipo Clooney, Pitt, Jolie, etc, con ‘selfie’ incluido.

No pude evitar imaginarla caminando descalza junto a mí. No sé qué extraña sensación erótica me provocan las mujeres que andan descalzas. Y las uña rojas. Y descalza. Unos pies desnudos andando por el escenario que la hacía aparentar frágil, delicada… embutida un elegante vestido color salmón. Sus labios y sus uñas hacían juego. El mismo esmalte. Todo era igual. Allí estaba Julia diciéndome que era imposible que se pudiera enamorar de mí, ni que yo pudiera estar enamorado de ella, mientras me quemaba la boca con sus labios. Nunca antes noté una lengua tan caliente, suave, fina. Me llenaba la boca mientras sus labios se adherían a los míos. Tal vez el beso más hermoso que he hado o tal vez es el beso más hermoso que me han dado. La intenté abrazar pero ella se despegó repitiendo lo que me había dicho. ‘No puedes estar enamorada de mí’. Julia, pensaba yo para mis adentros oníricos, en realidad sí que puedo. Llevo toda la vida enamorado de ti y te prometí amor eterno desde el momento en que apareciste tras el objetivo de una cámara en ‘Closer’. Ese día pensé que el mundo se había parado, como se paró al verte caer contra el suelo por aquella bofetada en ‘Durmiendo con su enemigo’. Sin embargo, pese a tus otras interpretaciones -arrebatadoramente seductora en Larry Crown o despampanante como Erin Brockovich-, es en ‘Closer’ cuando, definitivamente, me enamoro de ti. Tenías 37 años. Apenas dos más que yo.

Desgraciadamente este monólogo interior con mi subconsciente para nada sirvió. Julia, tras besarme, se dio media vuelta y me dejó con un beso que hasta que he llegado a Hong Kong esta mañana no he podido olvidar. Y estoy en esta ciudad porque por fin podré verla de nuevo. Es la puerta 27 del ‘level 5’ la que la traerá hasta mí desde Sidney. Estoy en el ‘level 6’ donde se encuentran todas las puertas de embarque para salir a cualquier destino del mundo. La espero

La gente sigue comiendo a mi alrededor. Ese hormigueo incesante de personas me distrae en el intento de hallar entre la multitud esa melena, esos labios y esos pies descalzos. Son las 8:26 am en el aeropuerto de Hong Kong. Te esperaría aquí toda la vida si la recompensa fuese volver a besarte.

Alguien me toca la espalda. Mi hombro derecho. Tres golpecitos suaves. Percibo una leve brisa a jazmín. Miro al suelo antes de girarme y veo unos pies descalzos. Blancos. Finos. Uñas pintadas de rojo. Sin tiempo para girarme una voz femenina me susurra… ¿no habías venido a besarme? Abre los ojos y despierta.

Acabo de reparar que el efecto del Orfidol está a punto de acabar. Eso es que estamos llegando. Eso es que nos aproximamos al aeropuerto de Hong Kong. Desde allí volaré a Kunming. Es cierto que la otra noche soñé con que besaba a Julia Roberts, pero ahora solo espero regresar con vida de este viaje. No es por Julia Roberts. Es que antes de irme tengo que intentar besarla otra vez. Aunque tenga que tomarme una caja de Orfidol o quedarme a vivir en el aeropuerto de Hong Kong.

PA: es la primera vez que escribo en tiempo real un relato sobre una localización real.

Publicado en Diario IDEAL, 23 julio 2014