Si yo fuera rico

 

 

Diario IDEAL, 22 abril de 2015

‘If I were a rich man / Ya ha deedle deedle, bubba bubba deedle deedle dum / All day long I’d biddy biddy bum’ dice el estribillo de una canción que debe sonarte, y mucho. La cantaba Topol en la pelicula ‘El violinista en el tejado’ versión cinematográfica del musical (estilo klezmer) de 1965 escrita por Shedlon Harnick y Jerry Bock. Y digo que la cantaba porque es, tal vez, la versión más conocida de esta coplilla que, de vez en cuando tarareamos, cuando se nos viene el aparejo a la barriga. Sin embargo, no es necesario llegar a situaciones de extrema gravedad, porque ‘Dios aprieta pero no ahoga’, para darse cuenta de que efectivamente uno es más rico de lo que imaginaba. En esto siempre me acuerdo de Calderón y su sabio tan pobre y mísero se sentía que un día se dio cuenta que tras él halló a otro sabio que sus restos se comía. Es decir, siempre puedes encontrar a alguien que esté peor que tú. Y es que me quiero referir a que éste mi último viaje a Londres, ha vuelto a darme una lección de realidad que, tal vez, debería llevarme a la conclusión de que no ‘si yo fuera rico’, sino que ¡soy rico!

Las grandes urbes se han convertido en maquinarias de deglutir hombres y mujeres. Yo amo las grandes urbes. Londres, Nueva York, Hong Kong, son para mi las tres urbes más mágicas, magnéticas, incansables, frenéticas que he conocido a lo largo de mis viajes por los cuatro continentes (me falta uno). No he visto nada igual. Y me subyugan por todo lo que tienen de enriquecedoras.

Esta semana pasada he estado formándome en comercio electrónico y business en pleno corazón de Londres, llevando el mismo ritmo que se exige a los que trabajan en la oficina en la que estaba. Eso me ha obligado a salir de casa antes de las 8 am y llegar casi a las 7 pm. Una jornada normal de trabajo en una gran cuidad. Yo lo hice desde 1999 hasta 2004. Exacto. Lo hice. Ya pasé por esa experiencia que te obliga a que, a partir de las cinco de tarde, te molesten las gomas de los calzoncillos y que ‘los quesos’ te ardan porque no te has cambiado de zapatos en todo el día. Claro es que yo, ahora, me cambio hasta cuatro veces de ropa al día (deporte, de calle, estar en casa y para ir a la cama). Trabajo desde bien temprano (7.30 am estoy delante de mi pc) pero me administro mi tiempo. ¡He aquí la cuestión! Sobre las 11 am paro a tomar algo y a las 13.30 ya estoy listo para estar durante casi una hora y media entrenando. Como con mi hijo y luego me agarro al tajo hasta casi las ocho de la tarde, eso sin contar que tenga que ir a alguna reunión, cata, charla, shooting, etc, lo que me lleva a la conclusión de que, en realidad, hago lo que me sale de mis santos pantalones. ¡Así es! Y ¿eso cuánto vale? ¡Ah amigo! Aquí es donde empiezas a notar que si bien tu cartera no está llena de billetes, sí que descubres que el tiempo, eso que se gasta y que jamás se recupera, vale oro, mucho oro. Descubres que gestionara tus tiempos es valiosísimo. Que disfrutar de no tener jefe, es algo impagable. Que tener el centro de Madrid a menos de veinte minutos y que con tu Harley llegas a donde quieres sin tragarte colas, atascos, metros y trenes, es ab-so-lu-ta-men-te un lujazo al alcance de muy pocos. Me canta tomar café con Eva frente a la Puerta de Alcalá. Y es justo cuando examinas y valoras lo que tienes y cómo los disfrutas en comparación con millones de criaturas que no lo hacen; y afirmas: ¡soy rico! ¡tremendamente rico!

A todo esto y de postre, llegan muchos miércoles donde a las cuatro de la tarde me reúno con mi ‘Bro’ Pedro en La Pedriza (o donde cuadre) y nos metemos dos horas de monte y desde lo alto, con un silencio sepulcral, vemos a unos cuarenta kilómetros de distancia la gran urbe madrileña. Nos sentamos por unos segundos a contemplar el espectáculo, en la felicidad de nuestra soledad montañera. Y volvemos a afirmar ¡somos ricos! Este placer está al alcance de muy pocos mortales. Tal vez por estar tan cerca del cielo pensamos que si Dios se levantara las faldas nos vería debajo. Por eso, vuelvo a insistir, que ‘Dios aprieta pero no ahoga’ y que no hay nada mejor que ser dueños de nuestro propio tiempo (y destino). Y eso, insisto, no se paga con con el mejor salario del mundo.