Son cosas que pasan

 

Diario IDEAL, 17 julio 2013

La mayoría de las ocasiones, cuando alguien te cuenta algún cotilleo de una u otra persona conocida o desconocida, afirmas ‘son cosas que pasan’. La verdad es que cuando Mario me contaba la historia de su amigo Juan Carlos, recurrí a la frasecita pero porque no sabía exactamente cómo salir de aquella situación.

Mario había bebido al menos ya cuatro cervezas, con lo que su lengua estaba más suelta de lo normal. Arrancó la conversación con su escasez de relaciones con Julia, su mujer, con la que lleva casado casi veinte años. Me dio todo lujo de detalles sobre las infinitas excusas que ella le ofrecía casi a diario en su mendigar sexual que lo presentaba como un verdadero pordiosero de ‘deme usted una limosnita pezonera por el amor de Dios’.

‘Mario no sigas por ahí que a mí eso no me interesa’, le decía con cierta sorna porque el otro, tragazo a la caña, y otra ronda. Intentaba seguirle el ritmo bebedor pero como quiera que estoy a régimen (he perdido siete kilos ya de esos cien que doy en báscula), iba una cerveza por detrás. Había momentos que en su penar, tal vez ya por el efecto de las cañas, lo alternaba con gimoteos. Otro trago y se pasó el vino. Empezó como a estar poseído por algún tipo de rabia contenida que ahora estaba a apunto de explotar.

Se agarraba con fuerza la barra y yo empezaba a estar algo desconcertado porque en la historia de Mario había algo más. Y fue cuando saltó a la de su amigo Juan Carlos. El arranque de su relato me pareció de lo más convencional. Nada nuevo y todo me sonaba. Creo que Mario se había metido en un bucle alcohólico del que no sé si sabría salir. Mientras pedía otro vino y coleccionaba vasos vacíos sobre la barra del bar donde el camarero escribía con su tiza, una y otra vez, 1,25.

Su tono se volvió mortecino lo que provocó que me desconectara durante algunos segundos de su ir y venir de palabras, ahora pastosas, llorosas y hasta melancólicas. No sabía qué decir.