Diario de un post yuppie (V)

Abre la puerta. Comienza la aventura. Hoy ya no es como ayer, ni como los últimos cinco millones de días. Ha vivido casi una eternidad y no ha sido dueño de nada. El momento de reconducir su extravagante y deslucida vida, ha llegado. Laura, sin duda, ésa es tu opinión. Sin embargo, respetándola mucho, me despido. Métete tu finiquito por esa vagina seca que tienes, porque yo me abro, me piro, me largo, ahueco el ala. Le vais a chupar la sangre a otro porque a mi el culo no me va a doler más con vosotros. Me la meterá quien sólo yo desee. Y si me dará, al menos, gusto.

¡Bom! ¡bom! ¡bom! ¡bom! Ahora el ritmo es mayor, más rápido. Su ruido interior se mezcla con el runruneo monótono del ascensor. Apenas se acuerda de que lleva su carga. Se siente ligero, liviano, etéreo.

Al llegar a la acera se da cuenta de que está lloviendo. Llueve incesantemente. Las gotas han decidido suicidarse contra su cara. Ellas mueren cada vez que llegan al final de su trayecto: cristales, caras, paraguas, tierra… Ahí, sin embargo, la historia cambia. Ellas mueren para dar vida -en la tierra-. Llevan su acuático esperma hasta sus entrañas para procrearse con los elementos y dar vida.

La distancia que debe recorrer no es excesivamente larga. Tan sólo tres manzana más allá de su portal. El agua en pocos segundos ya le ha empapado toda la ropa. Comienza a notar como un río le recorre la espalda de norte a sur. Riega incluso el innombrable valle que separa los cachetes del este y del oeste. Esa gota, la primera, simula la saliva que Lucía me había dejado en el escroto hace dos noches.

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*Foto: Stefan Heilemann