La chica del centeno

Cada tarde, Haulkfield, se asomaba a la barandilla de madera de la casa de sus padres. El paisaje, pensabe él, era , sin duda, el mejor del mundo, aunque apenas había recorrido, en toda su vida, diez kilómetros con la vieja furgoneta Dodge de su abuelo Frank. La primera tarde de septiembre, Hache, como era conocido, comprobó la existencia de un recorte cuadrado en la línea que formaba la plantación de centeno. Sin temor, comenzó a andar en dirección a aquel desdentado bocado que se recortaba entre el amarillo y el azul. Nunca caminaba solo. Al llegar, notó una ligera brisa con olor a lavanda proveniente del mismísimo suelo.

Hannah, su madre, a la hora de comer, salió al porche. Vió a Hache medio perdido en aquel enorme campo de centeno. Esperó a que él se girara. Al cruzarse las miradas, ella movió, como una bandera, su viejo trapo de cocina.

Todos sentados alrededor de la mesa esperaron, en silencio, la bendición del Padre Henry, invitado habitual de la Familia Gampp. Al acabar, Hache se levnató y dijo:

-Padre, me quiero casar con la chica del centeno.

Hasta aquel día, Hache no había articulado palabra alguna. Tenía once años.