Una piedra

Todo ha cambiado. Ese se preguntaba Joseph cada mañana al mirarse al espejo. Lo soldados del Ejército Rojo no dejaban de deambular por la puerta de su casa. Al fin y al cabo, la estrella amarilla que le cosieron en su chaqueta, aún seguía ahí. Miró la pastilla, color cielo, que el viejo Rasán le había recomenando para poder conciliar el sueño. Si no recordaba mal, llevaba más de seisicientas noches sin dormir. Sólo unos minutps deslabazados en casi dos años. La navaja recoge, poco a poco, su cosecha. Espuma y briznas negras de una barba que no deja de crecer. Un pequeño corte le recuerda que su sangre era tan roja com aquellas estrellas cosidas en guerreras y gorras. Una piedra rompió el cristal de su ventana. En ella, adherido un trozo de papel. Se secó lentamente sus manos. Acarició aquella piedra, mientras daba una ligeros pasos sobre los cristales esparcidos en su baño. Más rojo. «¿Tiempo sin dormir? Ella te ayudará. ¡Ve a tu salón!». Joseph, cogió su pastilla, se la tragó y desnudo, con sus pies  sangrando salió al salón. Una maleta medio abierta, descansa bajo el cuadro del candelabro con múltiples brazos. La termina de abrir. Ella llevaba una enorme estrella roja pintada entre sus pechos. Pero él sólo recuerda, ahora, en esta vida, el enorme el calor rojo y la luz blanca que lo cegaron  para siempre.

*Foto: José Manchado