Largarme

Necesito saber dónde van a parar las noches
Que me pongo a pensar en esta ciudad
En todo lo que tengo que correr para largarme fuera

Pastora

******************************

Espero el bus. No llega. Siempre tarde. Nunca a tiempo. Jodido reloj. Maldito cronómetro. Asquerosa caja de fichar. Hoy me dan una patada en el culo. Me voy a la puta calle. A tragar mierda. A comer el restos que ni los perros quieren. De todas formas estoy hasta los mismísimos huevos de mi jefe, que todos los días me clava un alfiler fino y ardiendo en el escroto. No tendré una nueva oportunidad. Otro atasco. El que viene es el 151 y yo espero el 177. Mierda. Y la tía de aquí al lado huele de muerte. Pero es algo fea. ¿O no? ¡Yo que sé! Ya no sé nada. Con este frío no sé si huelo a esta vecinita o es recuerdo del a Road Blues Tongue de anoche. Mira que llamarse Pepi. Joder, ¡qué cutre! ¿Vibra mi móvil? Ana. El jefe estará preguntando por mí. Paso de cogerlo. Estos auriculares en realidad me están machacando los tímpanos. Beyoncé no me gusta y esta emisora la pone sin parar. Madre mía: las 9.33. ¡Niño, de patitas a la foking eszrit!

Alguien me ha tocado el hombro. Parezco un autista social.

– ¿Carlos?

– Sí, soy yo.

– Verás, soy Alicia, la hija de Antonio Molina. ¿Te suena? -¡glups!, la hija del jefe-

– ¡Abre la boca! ¿Me puedes enseñar tu lengua?

– Sí, claro.

Desde entonces no puedo hablar. Me deslenguó con su navaja barbera por ser un deslenguado y un penitente impuntual compulsivo. Por supuesto, llevo tres meses viviendo en la Casa de acogida de la Cruz Roja… en silencio.

Foto: Thomas Buchta