Las comentadoras

Mr. Hyde había decidido regresar a su taller de costura. El olor por las calles de Londres era insoportable. Sin embargo, al entrar en el taller, aquel hedor desagradable desaparecía. Era extraño, pero olía a piel. La piel siempre delicada de alguien que, la noche anterio, había decidido prestársela.

Como un aunténtico sastre, Mr. Hyde tejía, día tras día, con tesón, una nueva piel para su amante. En realidad no era una sola: eran cinco. Conocidas como Las comentadoras, juzgaban cada acción de su maestro. Y decidían, tras ver el cadáver, aún caliente, de una nueva jovencita, si le dejaban aquella piel en su sitio o era arrancada para injertarla en las suyas.

Foto: Marc Lagrange

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