12
2009Despedida
Corría pensando si llegaba a tiempo. Pero el reloj estaba parado. La sensación era extraña. Apenas si había viandantes por la calle. La valla blanca de su casa estaba a escasos cien metros. El asfalto se estaba derritiendo. Las suelas de sus zapatillas Nikerson terminaron por hundirse en el negro y pringoso barrizal pretrolíneo. Era un barrio de acomodadas familias con enormes coches aparcados en su puertas, llenas de balancines y juguetes de niños que, ahora, estaba desaparecidos.
Llegando al número 42, antes de abrir la diminuta puerta de listones blancos, una especie de mantel pobretón asomaba por la esquina derecha de la casa de Noely. El corredor, tras su esfuerzo, sabía que aquella señal no era buena.
Él se acercó. Sin mediar palabra, Noely, sentada sobre un viejo tronco, susurraba… me voy, me voy…
Comentarios recientes