Parda era la tarde

Pintaba parda. Y es que los cielos de Andalucía se tiñen de marrón las tardes tórridas de sol y moscas. El albero, caliente; el maestro que nota como rueda esa gota hasta colarse por el surco del final de su espalda. En el tendido, calor y algo de fresco a la sombra; reflejos mantillanos y puros; merienda de ricos y sombreros de paja agujereados por el hambre. Y es que hasta en los asientos de madera se nota que el tema no está bien. Pero pa los toros siempre hay, niño decía Ñarro, el gitano, tirando de la estaca de algo más de diez centímetros.

El morlaco sale, despistado, pero pinta maneras. Una verónica demuestra que el señor del ruedo es el que se gana a pulso estar, semana tras semana, en el Hola. Chicuelinas, pases de pecho, varias gaoneras y tres largas para dejar al seis toneladas, asentao en la arena. La plaza nota que esta tarde se cae; se viene abajo. El de la montera sigue con sus naturales dejando al Ñarro seco de aire. La estaca se apaga. No hay lumbre. Pepitillo, su hijo mayor, saca el viejo mechero de gasolina. Tira que apesta. ¡Joé! me mata el saborazo d’este castro, musita mientras chupa y rechupa. Otra gota se despendola patilla abajo. Toca el de varas. El bicho vuelca al castigador. El peto se desmelena; el corcel queda destripado en dos vaivenes de la cornamenta. Se vuelve en seco para mirar, respiración acelerada, al de la montera. Capote entre los dientes.

¡Maestro!, lo mira mal, afirma Manolete ‘El Trancos’, que carga siempre a derechas, marcando el bastón de mando de mariscal de campo.Y es que no hay peor mirada que el de un cabrito negro zaíno. Parda era la tarde. El sol escondido tras la torraera que cae sobre la plaza. Grita un chiquillo: Jefe, ¿qué le pasa al alumbrao de su traje sangre y oro? Silencio sepulcral. El toro quieto a la altura del burladero de Manolo ‘Sombrerón’.
Y el catedrático se echa la mano a la taleguilla. Me cago en mi puta suerte. Me he dejao las pilas en el hotel.