Carta de amor…

Querida A:

A estas horas, cuando recojo la gota de café que cae suavemente desde mi taza, me he acordado de ti. He vuelto a ver la caja donde guardo, atadas, nuestras cartas. Sin embargo, ¡hace tanto tiempo que no nos escribimos! He creído que era un buen momento para volver a hacerlo. Y aquí me tienes; con lápiz y papel; con recuerdos y con unas manos que, lo dicen todo. Son mis manos las que me han recordado que tú existes…, pese a la distancia y el tiempos. Y por eso, te escribo.

Estas manos, antes de niño, guardaban bajo su piel, a un adulto. A un adulto con piel de cartón, rugosa, marrón. Pese al tiempo pasado, al mirarlas de nuevo, he visto que esas mismas manos de niño, hoy, guardan y muestran la piel de un niño, rosada, suave, bella. ¡Cuánto desearía que las cogieras entre las tuyas, y enlazarlas!

La cara ya no es el espejo del alma. Somos capaces de ocultarla tras maquillajes, escayolas y atrezzo de butic de belleza. Pero unas manos…, son imposibles de ocultar. Las mías, sin que las veas, permanecen con un pulso sereno, lejos de aquellos acelerados paseos que dábamos para evitar ser descubiertos entre las ramas del sauce llorón de tu jardín. No sé si esta carta te llegará; si has cambiado de domicilio; si vives o, simplemente, ya has dejado esta vida. 

Quiero que sepas que hoy me he acordado de ti. Mirándome las manos, has vuelto. Y con ellas quiero despedirme. En mis manos, un día, dejaste tu corazón en prenda, mientras que las tuyas, acariciaban las teclas en blanco y negro del piano de tía Enriqueta. Tus manos. Tus notas. Tu recuerdo.

Sencillamente, hoy me he acordado de ti. Por eso te escribo esta carta, esta carta de amor…

F

*Foto: Iaia Gagliani