Oficio: remendón

Este personaje no es ni alto, ni bajo. Ni guapo, ni feo. No destaca en casi nada, pero no es del todo invisible. Cada mañana acierta y yerra con la misma frecuencia que el resto de los mortales que transitan por la vida sin apenas hacer ruido. Unos, porque no pueden y otros, porque no les dejan. Sin embargo, Nano Vallejo, es de los que, como buen remendón, sirve para un roto y un descosido.

Se afeita al desperatar con un pulcro ritual litúrgico, sin apenas manchar el lavabo. Si desayuna, lava su taza; si come tostadas, recoge las migajas. Saluda con buenos modos a sus vecinos. No escatima esfuerzos en abrir la puerta y dejar expedito el paso a niños, jóvenes,  mayores y mujeres -de todo tipo y condición-. Usa el transporte público y lee el periódico cada mañana, mientras hace un receso en su taller. Abre, minuto arriba o abajo, sobre las nueve, llueva, nieve, haga viento o caiga un sol de justicia.

En esta tierra, desde mediados de mayo y hasta finales de septiembre, el sol juega su partida siempre a caballo ganador. Y los cogotes de los transeúntes, lo notan. Eso bien lo sabe Nano Vallejo que hoy ha instalado un toldo a rayas, blanco y azul, para ayudar a los sufridos viandantes a refugiarse bajo su tela. Así se fijan en su escaparate. Y lo ven trabajar en el oficio que lleva casi veinte años ejerciendo: remendón.

Foto: Jan Honskry