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2009Enigmático desierto (III)
En Douz contactamos con los organizadores de nuestra aventura. Nos muestran al resto de la expedición. Seremos sólo cinco. La temperatura exterior es de 32º. Para el único español de estas latitudes, el calor que parece que hace en la calle, es bastante soportable. Nos obligan a comprar dos botellas de agua y nos muestran los lavabos donde, si queremos, nos podremos duchar al día siguiente al regreso de nuestra noche en el desierto.
Caminaremos a lomos de los dromedarios durante tres horas, alejándonos todo lo posible de las luces de Douz y poder sentir, de verdad, una noche en el desierto.
Unos taxis nos llevan a una enorme explanada que se extiende al final de esta ciudad y donde, cada año, se celebran los encuentros de tuaregs y bereberes, en torno a la fiesta del dromedario.
Allí está Jamel con sus cinco dromedarios. Habla francés, alemán, un poco de italiano, pero nada de español. Con pocas palabras y por el color de mi piel, me identifica. No soy como los demás, pero tampoco soy italiano. Jamel se ríe al decir que ‘España y Túnez son muy parecidos’. No sé si lo dice en francés, árabe, italiano o alemán. El caso es que lo entiendo.
Nos monta a todos en los dromedarios que nos llevarán a navegar entre las enormes dunas que ya se presentan, sin comitiva, ante los ojos occidentales que no entienden el lenguaje de la arena.
Comenzamos la marcha; lenta marcha. Jamel, me concede el honor de montar el dromedario más alto y rápido de los cinco, ya que según él, soy también el más alto del grupo. Por tanto, me toca cerrar el grupo.
Tras la primera hora de camino, las piernas se resienten. No es habitual manejar un dromedario en estos tiempos que corren. Durante la primera hora de camino observo que Jamel, va andando y descalzo. Nos paramos entre las primeras grandes dunas. Hemos dejado atrás otros grupos a caballos, en quads o carros que sólo están una hora en el desierto. Comienza el silencio.
*Foto: con Jamel descansando
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