Diario de un post yuppie (I)

La ciudad ya no presenta la misma cara. El sol parece un huevo frito colgado de un celofán con el que suelen envolverse los regalos para ricos. Él mira a través de los cristales. La avenida está como siempre; llena de insectos mecánicos. El amanecer posee ese toque mágico como los partos: algo nace cada mañana… una aventura, un amigo, un adiós, una muerte.

Enfrentarse al día es como coger un toro por los cuernos: hincando la rodila en tierra, lo doblegas porque le susurras al oído canciones de amor. En este caso, él está empitonado. El toro salió sin avisar; ahora se tatúa en su brazo los tres tercios de la faena.

El tercero -el de la muerte-, nunca pudo imaginar que generase tanto dolor. Un dolor angustioso que le hacía vomitar cada amanecer. Sin embargo, y pese a que sus vómitos eran compañeros inseparables, él asumía con optimismo su parto diario.

Se gira sobre sí mismo varias veces antes de dirigirse al armario. Los pasos son lentos, seguros; camina sobre la muleta roja de su casa como esa novia que se desliza sobre su deseo al llegar al altar. En esta ocasión, el armario es fuente de toda contricción.

Abre sus hojas. El viento del norte estaba escondido tras su trajes; le insufla un ánimo desconocido. Deja en el ambiente notas musicales de canciones olvidadas, preñadas de herrumbre que hace chirriar cada segundo.

Allí, en el armario, huele a muerto, a caso cerrado, a punto y final.

*****************

*Manuscrito inédito, escrito en algún lugar en febrero de 2007

Foto: Atsushi Tani