El preso libre

El paisano iba mirando al paisanaje. Es lo que tiene ser un mirón. Y por mirón lo trincaron. A chirona. Entre barrotes, que no entre barretas, aunque allí le dieron barra de acero de la wena. Muy friki. Pero él apretaba la hojaldrina y supo salir de los encuentros -en todas las ocasiones- con un distinguido aire… de su tierra. Sí, era andaluz. Un marchamo de calidad como el fino que se da en el AVE si vas a Sevilla. Si vas a Barna lo que te dan es agua y ganchitos, no vayas a gastar más de la cuenta.

Ese gracejo, pese a estar empestillado, le sirvió para granjearse al público que miraba tras las doce líneas frontales -un cálculo a ojo de buen cubero- de las rejas carcelarias. Y eso que en su tierra decían ‘ves menos que los caballos de Cubero’. Descontemos la anécdota. Prosigamos con el estilo y garbo del ‘enculado’. Así lo llamaron. El enculado andaluz. Pero llegó la hora de salir, tras haber doblado muchas sábanas y haber bregado con una funcionaria peleada con la báscula, la plancha, el jabón y el champú, casi todos los días que duró su presidio. El día que se fue, se puso una flor en culo y se la ofreció: desde luego mi recto huele mejor que cualquiera de tus curvas, nena. Y se despidió.

Salió por la puerta grande como el que corta orejas -dos-, rabo y además, consigue que ella se corra tres o cuatro veces en una sentá. ¡Ohhú!. El tío volvió a enderezarse y al recoger sus cositas de la taquilla, le guiñó el ojo al funcionario, rubio y anodido, para decirle: la próxima vez te follas a tu puta madre. Y se colocó un pitillo en la boca. Inclinado pero apagado.

Cuentan que ahora transita por bares y garitos de medio pelo. Con su eterno cigarrillo, inclinado pero apagado. El último rumor que ha llegado a este cronista, es que puso mirando para una ciudad manchega a la señora de la plazoleta mariana, que se dejó ojetear, oyéndose los gritos en un sanatorio para asmáticos no muy lejano, mientras que una vocera, rodeada de espejos, se lo montaba -tipo me marido me quiere, pero me corro con el consolator– con un rollo de papel hecho de recortes de esos que se usan para acompañar el desayuno. Las maris lo comentaron, y sintieron envidia. Sobre todo por mal follás… y mala follás.

Es la leyenda del preso libre. Su túnel dió que hablar en prisión. La mejor y más segura del reino. Dicen que afila la fusta para llenar de nieve a las maris listas del pueblo.

Y el pitillo… no lo suelta. Inclinado pero apagado.