Una extraña despedida

El calor aprieta. Las calles han dejado de ser negras y se han convertido en una especia de lodazal zaíno que invita a no pasear. Quedarse en casa es la mejor solución. Ver todo desde la famosa escalera de incendios es un alternativa, al menos, fresquita. Su suelo de rejilla permite que el escaso aire de poniente te riegue las pantorrillas con una suave brisa que recuerda a la marítima. Hecho empíricamente imposible porque estamos a más de quinientos kilómetros de la costa. Pero no importa. La imaginación tiene eso. Interactúas con ella y te montas un mirador con vistas desde el piso décimo tercero de este bloque construido hace más de tres décadas y ahora con eso de las iteuves de las casas nos han obligado a colocarle una escalera de incendios. A mí me gusta. Subo hasta el final y desde aquí veo casi toda la ciudad y ¡las afueras!

Es curioso: nunca he salido. Jamás llegué a los confines de este municipio. No sé qué hay tras la señal cruzada por la raya roja que determina el fin de este territorio conocido como ciudad. Es mi ciudad, mi gente, mi comunidad. En realidad tampoco es necesario salir. Mi padre lleva a aquí desde que nació y nunca lo ví quejarse por esta situación. De mi madre no sé nada. No creo haberla conocido. La versión oficial es que murió cuando me paría. La versión de la calle es que cuando me parió se largó con el del estanco. Al parecer aquello de chupar y liar cigarrillos se le daba bien y decidieron, ambos, largarse para siempre. No hay ni una sola fotografía suya. Así que llevo casi catorce años solo con mi padre, viviendo en esta ciudad. Mi ciudad. Insisto, no me hace falta salir. Ni a él tampoco. O por lo menos nunca me ha dicho lo contrario.

Alguien abre la puerta que da acceso al interior del corredor del piso décimo tercero.

Necrológica: Rosario D.C. (Death City) 17 agosto de 1958

Alfredo Saltas de los Hierros, soltero, ha fallecido hoy a la edad de 43 años. Padre de un único hijo, Alfredito (14), saltó en presencia de él a las 16.00 de la tarde, por las escaleras de incendio que había ayudado a construir recientemente ya que estab integrado en la cuadrilla de la compañía Escalas de Metal, encargada de dicha tarea y que da empleo a más de treinta mil hombres en Rosario D.C. Dejó una nota manuscrita, a la que ha accedido esta redacción gracias a la amabilidad del Comisario Balas, en la que indicaba que ‘Mi último viaje, pero gratis’. Todos los vecinos del lugar, sorprendidos por la noticia, no han dudado en acompañar a Alfredito al sepelio de su padre que, por desgracia, se ha despedido marchándose a la otra vida haciendo honor a su apellido. H.S.E.

 

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Para la serie: ¿Qué se siente al morir unas cincuenta veces?

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Con esto dejamos el blog hasta el 17. Es raro, pero suena a despedida veraniega. ¡Feliz verano de muerte!

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