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2009Distancias…
Diario IDEAL, 16 septiembre 2009
En nuestro idioma distancia es el espacio o intervalo de lugar o de tiempo que media entre dos cosas o sucesos. Si miramos dos mesas, esta distancia será en centímetros; si miramos dos hechos históricos, estos se medirán en años, siglos o milenios. Sin embargo hay distancias que muchas veces, son poco medibles o difícilmente medibles. ¿A qué distancia debe situarse uno para ver cómo solventar un problema? ¿o un dilema? ¿o amar a un amor? ¿u olvidar a un enemigo? Estas distancias son complicadas ya que no hay unidad métrica que nos ayude y si se nos ocurre mirar el reloj o el calendario, éstos van lentos, casi a un ritmo de fotograma por fotograma pero el estilo Lumière.
Hay quien dice que si se pone tierra por medio, a veces, es demasiada. Si se corre para agrandar esa distancia, es de cobardes, o si no queremos verla porque metemos nuestra cabeza en la tierra, somo un fiel clon del pájaro avestruz, que no es ni pájaro, ni listo, ni sabe qué distancia hay entre su problema y el mío porque es así, un acojonado. Debería llamarse «gallino» o algo similar. No avestruz.
A finales del siglo XIX muchos europeos decidieron meter distancia entre sus miserias y EE.UU. Extremo que ocurrió en España en los sesenta. La distancia permitía ver la miseria, la hambruna, el caciquismo, el retraso de otra forma, al calor de una estufa en Alemania, Suiza o Francia. ¿Qué distancia le metemos por la «hojaldrina» a esta crisis que nos han empaquetado y endosado ‘al portador’? A mi sólo se me ocurre la onírica, aquella que sólo es capaz de aguantar nuestro sueño o nuestros sueños, que no es lo mismo. Por sueño me evado. Por sueños, ya es que ni regreso. Y quizá es hora de eso. Retirarse y meter distancia, tanta que, el resuello del que viene por detrás echándote las gotas de sudor en la rabadilla, sólo vea el humo de las suelas de tus zapatillas. Nada más. Una retirada a tiempo, a veces, es una victoria. Así, por poco previsibles, cayeron Napoleón y Hitler. No calcularon ni las distancias, ni el frío. Por eso en las distancias cortas hay que andarse con ojo, no vaya a ser que los que miran vean más que tú y entonces sacan la fusta, el látigo y hasta el cilicio para prepararte el camino hacia la cruz. ¡Qué cruz maricruz!
Por tanto respétese al que ama la distancia, la adora, la practica y hasta hace evangelización de la misma. Se dice que el que lleva mucho tiempo sin distancia, se normaliza de tal forma, que todo se vuelve habitual para él. Y esa normalidad se vuelve tan evidente que se pierde la capacidad de imaginar, sorprender y hasta de soñar. Ya lo decía… por sueños, si me aprietan, es que ni volvería. ¿De dónde? De allí. De ese lugar que, pese a la distancia que haya, exista o invente, me permitirá verlo todo más claro y lúcido; un lugar que no salpica, no moja ni traspasa. Y sobre todo, un lugar sin peajes. Puedo asegurar que estar toda la vida pagando peajes es una puta ruina; no económica, sino anímica.
Por eso conviene, de vez en cuando, llevar a la práctica eso de poner una prudente distancia entre uno mismo y el resto del mundo.
Todo será mejor.
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