Llegada a Grecia (

Ahora que lo pienso el trayecto, el viaje, ha sido corto. Esta noche, la última sobre el mar, sentado en una sala solo, totalmente solo, me permite descansar, oír música y dormir. Sobre las 11.30, hora local griega, tocaremos Patras. Antes, sobre las 7 de la mañana un revisor pasa para avisar de la otra parada de este trayecto: Igoumenitsa, entrada natural de los transportistas que circulan hasta Salónica y desde ahí, a Turquía.

Faltan una pocas horas para llegar a Patras. Sobre las 9.30 abandono mi sillón y me salgo al bar de popa a desayunar un café con una magdalena gigante repleta con tropezones de chocolate, una especie de muffie. Ya falta poco para atracar. Avisan de que resta una hora y hay que recoger.

En breve podré bajar a la plataforma 5 que es donde tengo aparcada la moto. Nos dejan pasar y accedemos a las bodegas. Allí armo la mochila, pulpo y redes y listos para desembarcar.

El puerto de Patras es pequeño comparado con Civitavecchia o Ancona. Hace un calor importante. Al bajar, desarmo mi chaqueta quitando el forro para ir más ligero. Así mismo decido ir sisn guantes -extremo que me traerá una desagradable sorpresa-.

Salir de Patras es muy sencillo. Pregunto a un guardia por la dirección de Kyllini y rápidamente estoy en camino ya que está unos kilómetros antes de Pyrgos.

Conducir en Grecia es divertido. En las carreteras de dos carriles, de facto, se convierten en cuatro. El arcén es otro carril más y las rayas continuas son bonitos dibujos en la calzada.

A unos 40 kilómetros de Patras, ¡zas!, una avispa se cuela en mi brazo derecho, soltándome un ‘setazo’ que me deja listo. Tengo que parar urgentemente. Noto como una quemadura de cigarro. Intensa. Me paro y me desprendo del chaquetón, Ni rastro del insecto pero mi antebrazo derecho ya muestra signos del picotazo. Aún hoy domingo lo tengo ligeramente hinchado. Me coloco los guantes. Me arden las manos, por el calor, pero hay que evitar más descargas insectívoras. Llego al desvío de Kyllini y el lugar ya me es familiar. Tengo la sensación de haber llegado, de haber cumplido este viaje sin contratiempos; me embarga una alegría tremenda.

El puerto de Kyllini es como un embarcadero de hormigón -algo más grande- con tres o cuatro chiriringuitos -tipo módulos de la feria del libro- donde se expiden los billetes. Llego a las 13.20 y el barco sale a las 13.30. ¡Que suerte! No espero nada y directamente a las tripas del barco.

Me quedo en la parte exterior, no sin antes endosarme una Heineken de lata a mi salud… ¡ele, que he llegao, coño! Me dedico la birrita y el ‘Extrem ways’ de Moby en el reproductor de mp3, ese aparatito que compré en marzo para ayudarme a hacer más llevaderos las horas de entrenamiento por esas carreteras de Dios…

El trayecto hasta Zante es de apenas una hora. Al divisar el puerto, vamos bajando a las bodegas y allí prepararnos para desembarcar. Al abrirse las compuertas compruebo y disfruto de las maniobras del barco para atracar. Allí está mi padre, esperando, feliz como yo, de verme él, y verlo yo, además de cumplir con este reto. Un fuerte y sentido abrazo sella el final del viaje, un viaje del que aún disfruto, del que he disfrutado incluso de noche, con frío, solo, sin hablar o hablando en voz alta, pensando, mirando, pasando calor, u observando el mar. Un viaje que no sé si repetiré, pero por ser único, lo recordaré toda mi vida.

He llegado a Zante -Zakynthos- sin contratiempos, sin lluvia, sin dolores y sin cansancio, cumpliendo cada etapa de forma casi milimétrica. Un viaje con casi 400 días de preparativos, comentarios y que ha provocado que mi vida desde enero cambiara ya que por él, decidí prepararme físicamente y por esta ‘serendipitada’, he descubierto la pasión por correr, la competición y el superar retos pese a los ‘peros’, ‘contras’ y ‘negatividades’ de los demás.

Una moto con un comportamiento impecable: ni un extraño, ni un susto… nada de nada. Harley Davidson, garantía de calidad y una fiel compañera para la carretera.

Me gusta viajar, sí señor. Salir de mi espacio habitual, no dejar de aprender a sorprenderme, a disfrutar de minúsculos detalles o saborear un rincón perdido en el mapa o una tertulia en compañía de los que quieres y te tratan como un ser querido, en nuestra única e irrepetible forma de ser.

Lo que ocurra a partir de ahora, será otro viaje, otra ruta, otro trayecto, otra experiencia, otra vida al fin y al cabo, digna de ser respetada, contada y disfrutada, para lo bueno y lo malo, en la salud y en la enfermedad, con la libertad y humildad con la que éste ha concluido.

Un bocado de felicidad.