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2009Sin título
Diario IDEAL, 30 septiembre 2009
How wonderful is life when you are in the world dice una estrofa de la banda sonora de la película ‘Moulin Rouge’ que corresponde, creo, a una coplilla de Sir Elton John. Y si se escucha detenidamente te darás cuenta que no se puede decir algo más bello con tan pocas palabras en un idioma ‘infiel’ como es el inglés y, además, entenderlo.
A veces, por eso de la globalidad universal terráquea, ya no sabemos si hablamos en un idioma o en otro. Me suena que he comentado algo ya en esta sección en el artículo titulado ‘Palabros’. Pero como quiera que estoy inmerso en algo que no sé cómo llamarlo, me he decidido a no poner título a esta columna. Me rodean unos trabajadores albaneses, ayer compartí unos segundos con varios polacos, he visto ‘Independent Day’ en inglés con subtítulos en griego, y en los últimos días he dicho gracias, al menos, en español, catalán, italiano, inglés y griego. Por eso cuando cierro los ojos, aún, mi cabeza se balancea al ritmo de unas horas que no volverán pero que están ahí, sinceras y vividas.
Es ‘wonderful’ poder disfrutar de las cosas que se nos ofrecen cuando viajamos. No dejar de aprender a sorprendernos como decía Roncagliolo o saborear de lo exótico al estilo de Armas Marcelo, que afirmaba que, ‘cuanto más viajo por Europa, más descubro que lo exótico está en este continente’.
Esto no es un canto al viajero. Es una oda al ‘terruñero’, al que piensa que tras su frontera hay un abismo negro en el que no hay nada más que usurpadores de legitimidad, asaltadores de templos, violadores de mujeres o devoradores de niños. Si algo he aprendido con los años es no pensar que lo mío es lo mejor, lo válido y lo exclusivo imponiéndolo al resto a base de inmersiones lingüisticas, impuestos, andanadas, tableteos, brazos levantados o puños en alto. ¡Qué miedo! ¡Qué horror de simbología!
El mundo es más divertido, es más bello con todos nosotros dentro, diferentes e irrepetibles en nuestra individualidad pero colectivos al fin y a la postre. No podemos, sin embargo dejar que lo colectivo, el pueblo, la tribu, la nación nos elimine de tal forma que nos haga pensar que en nuestro terruño está el único sentido de nuestra exitencia.
Que se metan sus banderas, idiomas, religiones, monedas por el orto del canal que separa los cachetes derecho e izquierdo y que me dejen disfrutar de este mundo moviéndome por él sin más límite que mi propia resistencia. Es la mejor lección que hasta ahora me ha enseñado la vida. Y desde luego se la estoy transmitiendo a mi hijos que ya saben, por suerte, qué es salir, ver, oír más allá del ombligo. Plus ultra. No me cabe la menor duda de que serán hombres de paz, dialogantes y crearán y crecerán por donde pasen. Justo la otra cara de la moneda de los que restan, destruyen, alienan y hasta impiden ser al propio ser.
Ahora sé por qué no podía ponerle título a este artículo. Es más bello sin él.
Post columna: me ha cogido lejos el caso de las ‘jóvenas’ presidenciales españolas. No me resisto a hacer una columna, sin acritud, desde el punto de vista de un estilista con talante. Me sorprende, en todo caso, que un padre tan ‘no a la guerra’ lleve a sus ‘vástagas’ a la Casa Blanca calzadas con botas militares. ¡Escribiré!
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