Ideológicamente ilógico

Diario IDEAL, 10 febrero 2010

La semana pasada me quedé con algo así como el aire huele a tu nombre. Esta semana, menos poético y al son del ‘New York, New York’ de Moby, mientras entreno, hilvano las palabras de la columna de esta semana.

Lejos de figuras metafóricas ando impregnado de datos, unos reales; otros inventados; los más, fabricados. Pero sí que es cierto que como la materia, el hombre cambia -debe hacerlo-. Evolucionando, pues. Entonces aparece el ‘homo’ actual, aquel que a la vista de la sumatoria de años, kilómetros, cuentas bancarias, experiencia y demás datos y parámetros varios, arroja un resultado.

Y es que el ahora, el que soy, está en permanente fase de cambio, sin dejar atrás, ciertos principios esenciales como el ‘no matarás’ o ‘no robarás’ o ser ideológicamente ilógico. ¿Por qué? Porque me pongo a sumar y: soy una mezcla de agnóstico crecido llegando a ateo; apóstata católico ‘de hecho’; creyente de las bondades contradictorias del capitalismo que leyó los principios del liberalismo y la Constitución de 1812 hace más de 20 años; activista de la igualdad de sexos, libertad de uniones y opciones sexuales aunque ceda el paso, asiento, sonrisa y piropo siempre a ellas; padre ejerciente; empresario ‘perennemprendedor’; sin soluciones blanco-negro ante temas como la droga o el aborto; sí a la seguridad social para trabajadores de la calle: meretrices, saltimbanquis o funambulistas; antisindicalista por lo poco que aportan y lo mucho que tragan; a veces jiennense, otras andaluz, otras español y la mayoría de las veces, internauta, o sea ‘blogosférico’; más periodista que escritor; otrora abogado; más de prosa que de poesía; corredor de fondo creciente; apasionado de la Historia, Literatura, Economía, Política; amante en continua formación; mar-adicto y algo montañoso-arisco; conductor empedernido y acojonantemente acojonado pasajero de avión; desencantado con la Izquierda y más, con la Derecha; republicano cartesiano; conversador y defensor de causas -algunas- perdidas por ser sincero, honesto, trabajador y transparente; miope de altísima graduación; miedica de noche; alérgico a las corbatas, a los uniformes, al aborregamiento, al adoctrinamiento y según qué momentos, hasta libertario; antibrucrático por operativo imparable y antibancario, por lo mucho que roban y lo poco que nos miran; más cercano a los que no tienen -por filantrópico- que a los que tiene, pero con gustos y detalles de los que tienen; nada logsiano y sí al suspenso, codos y p’alante.

Así, la sumatoria no tendría un final. No debemos tener final. El hombre no es un final; es todo un camino lleno de fascinantes comienzos, desarrollos y un único final: conocido, debe administrarse, sobre todo, en soledad. Morimos solos: es la única verdad de este mundo. Del mundo que ahora observo con todas mis poliédricas miradas y que me hacen ser contradictoriamente lógico en mis planteamientos, actitudes y soluciones. Y siendo como soy, me abro a seguir aprendiendo y aprehendiendo toda la realidad que se me presente.

Lástima de aquel o aquella que cree que todo es como cree que es. Nada es lo que parece. No debiera conocernos ni nuestra sombra porque, como la materia, estamos siempre cambiando. Lógico.