C.e.

Ideal, 1 abril 2009

“Las nuevas generaciones de jóvenes son bastantes quejicas, no nos engañemos. Ahora la gente le pregunta los niños cosas del tipo ‘¿Cómo estas llevando las cosas desde un punto psicológico?’ Antiguamente tan sólo apretabas el culo y tirabas hacia delante”.

Estas palabras corresponden a la persona de la que hoy hablaré en esta columna, que ya me consta que se lee más de lo que podía imaginar. Y es que no es sencillo hablar de un hombre con casi ochenta palos, sin reconocer lo diminuto que se siente uno a su sombra. Cuando comencé a sentir admiración por él, ya lo había visto protagonizar los westerns de Leone, rodados en Almería. Luego llegaría la serie de Harry Callahan. Y así, sucesivamente, hasta nuestros días donde se ha convertido en un director de culto y, en vida, es quizá uno de los mejores cineastas del mundo. Cuando se vaya, el cine, sin duda, quedará huérfano, como lo hizo cuando se fue el de los ojos azules, Paul Newman.

Este hombre, hecho a sí mismo, aprendió, por ejemplo a tocar el piano con 40 y en no pocas ocasiones ha creado la banda sonora de sus películas. Pero es el Clint Eastwood, director, el que se ha ganado el respeto de la industria en Hollywood y el reconocimiento del público, asistiendo de forma masiva a sus creaciones.

Para mí, tres son las películas de su larga filmografía, que podrían quedarse en el cajón, no de primero, segundo y tercero. Ocuparían las tres el número uno. Por orden cronológico. Sin perdón (1992); Un mundo perfecto (1993) y Mystic River (2003). Tres obras maestras del cine de todos los tiempos.

Pero como sería imposible hablar de todas las demás, su último estreno Gran Torino, testamento cinematográfico de muchos de los personajes interpretados por C.E., tiene esa esencia romántica del cine bien hecho y está compitiendo en cartelera contra la egocéntrica y ególatra Los abrazos rotos del tándem Pe&Al. Y es que cuando ambas se enfrentan, el abuelo Clint le moja la oreja a los dos listos de clase, en taquilla y en espectadores.

Gran Torino, ese Ford mítico, sin ese despliegue mediático, marquesinas, marcas de belleza, rímel de ojos, evidencia, primero, que para hacer buen cine, no es necesario mirarse y remirarse en el espejo; segundo, que mucho deben reflexionar los señores del cine español para evitar que el divorcio que existe entre pelis y espectadores patrios, no siga aumentando. Pe&Al sabrán ya, que este año pasado, las producciones como las suyas, han perdido respecto al año anterior, 1.436.204 espectadores.

Curiosamente, mis tres films elegidos, no cuentan ninguno, con efectos especiales o escenas retocadas digitalmente. Es cine en estado puro. Y qué quieren que les diga: las arrugas desérticas del viejo Clint, me seducen más que los empalagosos planos de una omnipresente e intrascendente Pe.