02
2009Creciendo
El más pequeño de la casa llegó azorado. Sin respiración. Las gotas de sudor entraban en sus ojos así que no se sabía muy qué se limpiaba: si el sudor o las lágrimas. O ambas cosas. Gotas por todos lados. Pero Fran, el tercero de cinco hermanos -las dos últimas, chicas-, con apenas diez años, llevaba corriendo un buen rato desde el final de los caballones que el abuelo Pedro le había dejado a Papitoperico, como llamaban en el pueblo a su padre.
– Pero hijo ¿se puede saber qué te pasa?- le preguntó Mamitatomasina.
– Mamita… ¡el campo!, ¡el campo…!
– ¿Qué le pasa al campo?
– Que Papitoperico llevaba unas tamporadas jugando con sus cinco amigos, varias veces al día… y mira lo que ha nacido entre los surcos… ¡hermanitas!
Mamitatomasina, murió al instante no sin antes dejar un enorme charco de orín bajo su falda de cuadros escoceses.
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NdA: con tanto desierto, me he dejado atrás esta parte de mí… pero como no soy río, me vuelvo cuando quiero.
*Foto: Van der Vlugts
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