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2009Cuando a Teresa no le gustaba MClan
Teresa nunca presumió de ser demasiado social. Ni de que con frecuencia, escondía sus ojos miopes tras un flequillo que hacía las veces de telón de acero para sentirse invisible. La primera vez que se cruzaron, dos filas de archivadores fabricaron ese extraño estrecho por el que necesariamente debían de pasar. Ella, pantalones blancos, camisa celeste y sandalias planas a juego. Él, a medio camino entre ejecutivo de cuentas y directivo de segunda, vestía camisa a rayas, corbata sencilla y pantalones de un azul indefinido, quizá tan común, que por lo habitual en los trajes de hombre, llegara a ser hasta vulgar. Bastaron dos copas en el garito de moda para que ella abriera la puerta de su piso. Divorciada, vivía con su hija que tenía justo la mitad de años que ella. Sólo la vió una vez: a la entrada de su garaje. Ese día conducía él, y ella, al no identificar a su madre como conductora, se acercó con un gesto entre asustada, sorprendida y cabreada. La oían, a veces, en su cuarto, pero jamás volvió a verla. Ni siquiera el día de la despedida. Él se aferró a la costumbre de poner a MClan cada vez que ella le practicaba una felación al detenerse en los semáforos. Fuera de día o de noche, ocurría. Cuando el chico rumano se aceró a la ventanilla de su Opel, ella, con la boca llena, no prestó la atención necesaria que requiere una escena en la que se amartilla un arma. El disparo atravesó la aplicada nuca de ella y a él, lo mandó para siempre a la cola del paro sexual.
Ese día, a Teresa dejó de gustarle MClan.
*Foto: Andry A. Tych
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