El descanso

No era extraño, no hablar. Ni hacer lo que no estuviera en el guión, antes escrito. Eran como minutos de dèjá vu, concéntricamente atrapados en la inacabable rueda metálica del reloj de pared. Así transcurrían las horas de espera.  Agonía eterna inacabada como el pespunteante discontinuo de la raya, blanco, negro, blanco, negro… cosida para poder adelantar en un tramo de carretera.

Never walk alone.

Sin embargo, me dejé embargar el tendón rotuliano para poder seguirte. Ni Marbella. Ni Venezuela. Ni con Almodóvar ni con Eastwood. A ti jamás te importó lo que dijera el destino. Y yo, sin descanso, buscaba las otras rayas, las de tu mano, la de tus dedos, o tal vez, la única raya que se dibuja a lo largo de un día en el que el reloj de la estación, gira en sentido contrario.

Crash! 4.40.

Voy a seguir corriendo.