El perro y la cuneta

Diario IDEAL, 23 diciembre 2009

Pues no hay ni perro ni cuneta. Cuando éramos unos chiquillos, allá por 1975, incluso mi maestra, Doña Carmen, falangista hasta las trancas, me (nos) contó la Historia -ahora leyenda- como ella la había aprendido. Y es que siempre se ha pensado que el olivo de Alfacar era la cuneta donde un perro llamado Federico fue asesinado ‘por poeta y por maricón’. Lo del perro y la cuneta no lo digo yo. Lo dice el herrador del reino, Gibson; no Mel, sino Ian, otrora estudioso del poeta y hoy, cabestro desmelenado que ha caído en su propio egoncentrismo metiendo a la Junta de Andalucía en un jardín en el que jamás debió entrar.

Ian preñado de un exagerado revanchismo revisionista tocado de mesianismo -qué extraño en un guiri que debería estar levantando tumbas en su país- se empeñó en que la versión de Manolo ‘El Comunista’ era tan cierta como que, lo que pudo haber sido, se convirtió en un acto de fe. Curiosamente, la familia del poeta jamás estuvo a favor de esas investigaciones y se mostró siempre respetuosa con la memoria de García Lorca y de su propia muerte. No querían remover ni la Historia, ni la leyenda, ni la mierda de un hecho que por pasado no se podía -ni puede- cambiar. Ian Gibson, creo, siempre ha pensando que por decir una mentira con forma de verdad, ésta sería verdad. Craso error.

El jueves pasado, la Junta de Andalucía ya tenía redactado el informe que leyó la Consejera de Justicia, en el que se afirmaba que en el olivo de Alfacar, la cuneta de Gibson, no descansaban los restos ni de Lorca ni de otros seres humanos. Es más, hay indicios científicos de que jamás los hubo. Menudo chasco. E insisto, menudo papelón para la Junta, la gran engañada en este asunto que se ha debajo ‘de llevá’ por un fabulador.

Millones de españoles aprendimos en la escuela cómo murió Lorca o cómo lo hizo Miguel Hernández. Aquellas enseñanzas siempre fueron de un tono conciliador y se pedía, en caso de entrar en el fragor de la batalla dialéctica, que aprendiéramos del pasado para no repetirlo. Prefiero pensar, y así lo creo, que Lorca fue fusilado en un acto de injusticia. Como es injusto que a un homosexual se le apedree hasta la muerte en Irán. Ambos actos son universalmente injustos. Poéticamente injustos.

Ahora las páginas de mi libro donde se relata la muerte del poeta granadino se han tornado del mismo color que las de las historias que componía Irving en la Alhambra. Serán leyenda, leyendas de mi tierra protagonizadas por gentes de aquí, que murieron, algunos, por la libertad, otros por ir a misa y otros porque les tocó la china de la puta guerra. Todos tienen derecho a su memoria, a un recuerdo, a que su nombre perdure porque nosotros así lo queremos. Pero el ególatra de Gibson, borracho de sí mismo, nos ha dejado a muchos españoles sin ese perro fusilado en la cuneta. Aquí el fin ha justificado los medios. Nos ha costado un montón de pasta y nos ha jodido una leyenda que, hasta ahora, se simbolizaba en la figura de un olivo. Curioso.

Ni Manolo ‘El comunista’, ni Gibson han dicho nunca la verdad. Pura mentira.