¿El tamaño? Claro que importa

Diario IDEAL, 9 septiembre 2009

Lejos del eterno debate que la preguntita deja en el aire, hoy, por eso de romper algo el clima éste, tenso de narices, del regresar ocioso del verano, que invita todavía por las cálidas temperaturas a nanear, hablemos, pues, de las medidas. Hoy me quedo con dos. Siento que sean femeninas pero es que los que, por ejemplo, me sigue en el blog saben que en «Vagamundos», la presencia femenina -en todas sus manifestaciones- es más que evidente: aplastante.

Hay una mujer que tiene locos a los cariocas. A los hijos del vecinito Lula. Y los tiene locos, no por su belleza sino por sus caderas. ¿Se imaginan a una paisana con 121 centímetros de caderas? Pues en Brasil, Andressa Soares es una de las mujeres más deseadas por las medidas en esa parte de su cuerpecito. Le llaman la mujer sandía o «mulher melancia». Sus sobrecogedoras dimensiones -para un europeo de a pie- le han permitido ser portada en Playboy, al menos en tres ocasiones, y gozar de una fama incalculable que se traduce en dinero y bolos por medio mundo. Y allí es oscuro y claro objeto de deseo. Por ellos y ellas.

Cuestión de medidas y de peso, en esta ocasión, es la del caso de la chica de la página 194. Claro, con estas pistas, o estás muy al loro querido lector de lo que ocurre en el faranduleo o está más perdido que Marco. Ocurre que este mes, la revista americana ‘Glamour’ retrataba en esa página, a una modelo de 20 años, llamada Lizzi Miller, que bien podría ser la hija de cualquier«walkirio» wagneriano. Ciento ochenta centímetros de altura y ochenta kilakos que le hacían ser una modelo feliz con sus medidas, pesos y carnes. Entiéndaseme. Carne de la buena. No recauchutada, siliconada, «fotosopeada» o estilizada gracias a las maravillas del bisturí médico o digital. Y con ella llegó la revolución. La redacción de ‘Glamour’ se cayó. Miles y miles de correos electrónicos desbordaron la redacción agradeciendo que, por primera vez, una chica normal, como una de la calle, saliera de modelo en un revista de esas características, muchas veces reservadas para modelos de tiralíneas. Lizzi Miller, que no es ni prima de Sienna o Marissa, actriz y modelo «supermegabellas» respectivamente, fue alabada a diestro y siniestro. Su aparición dio la vuelta al mundo en menos de doce horas. Y ella tan feliz. Y felicísimos los editores de ‘Glamour’ que se ha hinchado de vender ejemplares con la chica en una época en la que el papel está tocadito de muerte.

Dos casos similares. Dos casos en los que las medidas, por diferentes, arrasan. Dos casos en los que no es necesario buscar trucos para aparentar lo que no se es. Una con un culo que vuelve locos a millones de cariocas. La otra, que vuelve locas a millones de lectoras al verse reflejadas en una fotografía de una revista, mientras la televisión o el cine, la moda o el mundo de los bellos, nos imponen una serie de medidas, cánones de belleza quelejos de reunirnos bajo unas formas más o menos aceptables para el común de los mortales, nos sitúan en inalcanzables estadios, espejos en los que millones de jóvenes y«jóvenas» se miran, para luego, echarse en manos de la anorexia y la bulimia.

Son dos ejemplos en los que las medidas nos ofrecen la medida de cómo está el patio.

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