Enigmático desierto (VII) Amanece

Hacia las seis de la mañana comienza a amanecer. Los berridos de los dromedarios hacen esta vez, de canto de los gallos mañaneros. El sol nace dibujando una perfecta moneda en el horizonte de levante.

Los dromedarios son tatuados por los rayos del sol contra la línea que se divisa y que parte el cielo de la tierra. Son minutos de una majestuosidad serena. La naturaleza, el universo, siguen su ritmo. Los hombres nos empeñamos en cambiarlo pero la fuerza de los elemetos es tal, que son ellos los que marcan el devenir de los días y las noches; las estaciones, los años…

Hora del desayuno. Jamel ha preparado un magnífico pan de arena. Todos nos levantamos. Después, regreso.

Volveremos sobre nuestros pasos; habremos dejado atrás las horas en las que el hombre, debió reconocer que la grandiosidad de un elemento, como es el desierto, bien merecía no estas páginas, sino una vida entera. Será absolutamente inecesario explicar lo inexplicable. Lo indefinible. Lo inalcanzable.

Me quedo con la frase de Jamel: El desierto es nuestra madre, la madre Tierra.