Ich bin ein Leipziger

Tal vez la frase, un día, sonó algo parecida en el corazón de Berlín. Era JFK cuando dijo aquello de Ich bin ein Berliner. Soy berlinés. En mi caso, todo es parecido. Alemania, otra gran nación, ha sido siempre un país atrayente -quizá Katia tuvo la culpa (Cuéntame (I)-. Su cultura, sus gentes -ese mar de ojos azules-, sus comidas… esa fuerza para levantar un país destruido por una Guerra e incluso unificarse bajo una misma bandera e himnno, tras la caída del Muro en 1989, son ejemplos que, particularmente, me subyugan y me emocionan.

Ahora, en estos días, he tenido la oportunidad de acercarme a Leipzig, una gran ciudad en el corazón del centro de Alemania (175 kms al sur oeste de Berlín), donde se pueden comprobar todos los aspectos de más de 100 años de Historia: restos del Imperio Austro-Húngaro, la 2ª Guerra Mundial, los años de la Guerra Fría, el socialismo de la RDA, la Unificación… la grandeza de una nación.

Ha sido un viaje emocionante y emotivo. Pero este sentimiento se lo debo, en esencia, a dos personas: Petra y Jörg que me han hecho sentir, no sólo como en casa, sino que han sido unos padres alemanes excepcionales.

Por eso puedo les puedo decir con orgullo Ich bin ein Leipziger