Jarry ‘el Potas’

Diario Ideal, 22 julio 2009

Como otras veces ha ocurrido, me gusta comenzar estas colaboraciones haciendo referencia a la música que oigo. En este caso, para la tarde del domingo, he recuperado Zooropa de U2, editado en 1993. No todo lo antiguo es malo, ni todo lo nuevo es lo mejor. Algo que por cierto, ya sabemos casi todos. Pero hoy les hablaré de una de las diferentes condenas que uno, como padre de púberes en potencia, debe soportar con resignación casi platónica, por amor a sus descendientes.

Los que somos aficionados al cine hemos intentado -y seguimos en ello- transmitir ciertos gustos-aficiones-costumbres como es el sano arte de ir al cine. A mí siempre me maravilla. Disfruto. Pero cierto que no todo lo que vemos es susceptible de ser tragado, visualmente. En estas semanas que llevamos, donde los enseñantes y enseñados han dado de mano, los padres debemos montar toda una estrategia para que no se aburran -que viene de aburrarse- y dentro de los planes, a, b o c, siempre está, el ir al cine. Y claro, toca ver pelis para ellos.

Esto supone la tortura de cepillarse minutos viendo la infumable ‘Corazón de tinta’, la megansexy ‘Transformers 2’ o la definitivamente inclasificable sexta entrega del maguito Harry. Mi nombre es Potas, Jarry el Potas. Menudo mojón. Sí. No hallo en todo el diccionario algún adjetivo calificativo para bautizar esta producción cinematográfica, inane de ritmo, carente de trama alguna, pésimo doblaje -quiero versiones originales, por favor- y con unos personajes tan planos, hieráticos, plúmbeos, por ejemplo, que hacen de los 155 minutos de su metraje, el mejor justificante para tirarse en manos de Morfeo o darle justo trato a un barril de casi medio litro de rosetas, ahora chics palomitas.

¡Qué tostón! Y no lo digo yo. Los niños salen con la misma frase en sus labios -y créanme que soy suave en reproducir sus palabras-. Supongo que a la autora de la saga, la british J.K. Rowling le importará un huevo y parte del de todos los demás, que las pelis de su mago sean más malas que un dolor de barriga, porque ella ya es de las más ricas de la Gran Bretaña. Pero es que por justicia no deberían hacerse ese tipo de películas. -¡Ya lo sé!-. Es pura utopía la mía ya que a la pasta le es francamente indiferente lo que yo piense, sobre todo, si hay miles de criaturos como el que escribe, que pica y pringa un montón de euracos en convidar a ver los peores fotogramas de nuestra vida.

La industria es inteligente. Le compra los derechos a la lista de la clase, los empaqueta con un buen armazón de mercadotecnia y los idiotas de la masa, a tragar sin anestesia. Por mi culpa, por mi culpa y por mi grandísima culpa. Pero es que somos así de cebollas y melones. Es el poder de Hollywood, el gancho de la postmodernidad vacía y la irrestible atracción de la sociedad del consumo que estamos engordando en este siglo XXI. Y lo peor es que no sé qué hacer. Opción A: irnos a una isla, palo robinsones. Opción B: dejar de ir al cine. Opción C: aislar a mis hijos en una burbuja cultural ajena a todo lo que pasa a su alrededor. Opción D… ¡Todas son malas, leche! Es lo que tiene la globalización. Ahora sí que no hay marcha atrás.

Tira p´alante y no te quejes Ortega que tú estás todo el santo día dándole a las teclitas.