20
2008La fábrica roja
El león de piedra lo observaba hierático. Roberto estaba desesperado. Era un abogado que se ahogaba con frecuencia en copas de vino. Su labio inferior parecía un collage realizado con los numerosos restos de cortes. Solía romperlas con la boca. Era su particular cilicio.
Ahora caminaba mirando al felino.
Maletín en la derecha; toga en la izquierda. Desprovisto de carisma, era el primo bastardo de la mediocridad. Antihéroe. Sin embargo, ganaba procedimientos y sus clientes, habitualmente, se mostraban felices con sus intervenciones.
Un nuevo charco que pisar.
Mil tonos dibujados en las hojas caducas que adornaban el camino hacia ninguna parte. Pese a todo, sabía que con varios pasos más llegaría a La fabrica roja. Allí solía olvidarse del mundo que siempre le habían enseñado. Se olvidaba de si mismo. Mejor así; sin memoria, ni colectiva ni individual. Emigrado de la realidad, la destartalada factoría llegó. Y atraído por el olor a sal que glaseaba el viento, ve el enorme agujero negro que, como su toga, se abre ante la puntas de sus zapatos llenos de agua.
Fue un segundo más.
Comentarios recientes