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2009La gambita corredora
Fidel iba, como cada mañana, a tomar café al triste barezucho de la esquina de la Calle Rosas Blancas de Tapahuei. Allí, curiosamente, mientras se deleitaba con aquella mezcla maloliente de agua sucia edulcorada, veía pasar por la puerta a una joven corredora. Siempre iba corriendo.
– Mira la manía de correr que tiene la gambita… parece el Forrest de nano, afirmaba Compay, el camarero de no más de veinte años que limpiaba, tras la barra, el mismo vaso de chato cada día.
Gambita porque era rubiasca y de piel, la que se le veía, blanquecina.
– Tapadita, la gambita va tapadita, decía Compay.
La corredora, la mañana del miércoles día 13, decidió pararse en la puerta del bar. Fidel, pálido, creyó sentirse una vulgar sanguijuela al notar la mirada de aquella mujer que, parada, era mucho más alta de lo que de lejos parecía.
– ¡Ven! ¡Desayunémosnos! Deja ese sucio café y ¡sígueme!
Cual Lázaro sudoroso, Fidel, la siguió. Corriendo llegaron a su departamento. Corriendo, se desnudaron. Corriendo, se corrieron. Corriendo, Fidel, se marchó. Y corriendo, la gambita corredora, se olvidó de Fidel al que jamás volvió a ver. Eso sí, en su glande quedó una gota de tinta arcoriris que se había desprendido, por el sudor, de su corredor clítoris.
*Foto: Sita Mae Edwars
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