Me dejé sentado

Ha sido necesario. Sí. Me levanté; me dejé sentado en aquella terraza. No conseguí elegir destino porque el destino me guardaba la carta de ser errante: persona que pone herraduras a los errores. Aún no he logrado que ninguno de ellos  vuelva a sentarse junto al que dejé tomando café, una mañana, sin apenas sol. Pero, he recibido una carta. Era el sentado el que me escribía. Añoraba mi presencia, el calor de mis manos, el seguir aprendiendo cuántos colores tiene una luna o si se es capaz de menguar hasta ser igual que un diente de león, de esos que una corredora regala a su fiel lazarillo. He acabado de leerla. Y no lo he dudado. Abrí la puerta de ese lugar sin nombre para regresar a la terraza, a verme, a saludarme, a preguntarme, sólo, por las cosas sencillas que pueden observarse en una terraza de una cafeteria cualquiera. En cierta manera me he añorado también. Las baldosas, secas por el pasos constantes de los niños con paraguas rojos, me han devuelto a la silla contigua de mi mesa. Ha ido un reencuetro tranquilo, sin excesivas celebraciones. Nos hemos levantado y casi sintiéndonos uno solo, hemos decidido preguntarte si nos dejarás otra vez leer el tatuaje de tu cuello.