Millennium

Ideal 3 junio 2009

Es domingo. Casi las diez de la noche. Acabo de regresar de un largo viaje de fin de semana y me ha dado tiempo a recuperar algunos kilómetros para mis piernas. El domingo próximo correré en Las Rozas. Mientras entrenaba he hilado esta colaboración. De banda sonora tengo a INXS. Y es que la miseria humana, la más mísera de las miserias, es innata al ser, a nuestro ser. Ayer sábado asistí la proyección de la primera de las entregas de las películas basadas en la obra de Steig Larsson, fallecido en 2004 de un ataque al corazón, días después de entregar a su editor el tercer volumen de la trilogía ‘Millennium’ y poco antes de ver publicado el primero. Ignoro si leeré las tres novelas, pero desde luego, sí veré sus homólogas cinematográficas. «Los hombres que no amaban a las mujeres», dirigida por Niels Arden Oplev e interpretada por una increíble Noomi Rapace, en el papel de Lisbeth Salander, y un tal vez desdibujado Michael Nyqvist, en el papel de Mikael Blomkvist, es la primera (novela y película).

Hacía mucho tiempo que no veía un film que, durante casi dos horas y media, fuera desgranando, paso a paso, sin atosigar, con historias paralelas, un buen guión y fuera acompañado de la excelente interpretación de la fatalista Lisbeth Salander, hija de su propio destino que, gracias a sus dotes de «hacker», le hacen redimirse, más o menos, con su pasado.

Pero si hay algo en la película que me ha enganchado ha sido, como decía al comienzo de esta columna, la descripción de la miseria. No es que los nórdicos sean más sádicos que los mediterráneos, pero creo que hay niveles de miseria: la nuestra, más irracional y la suya, más racional. Milímetros calcados, seguidos por dos generaciones para ejercer la violencia extrema contra el género femenino.

Nada nuevo bajo el sol, pero sintomático. Este mundo ha estado -y está- lleno de eunucos mentales que pagan los dolores de sus frustrados ojetes, con violencia hacia su igual, pero diferente en género. Y se practica en todos los lugares del mundo. Allá con burka y palos en el lomo. Aquí con ceniceros, basureros o ligas usadas como horcas. En el norte, con cadenas a modo de santuarios para practicar mutilaciones físicas o psíquicas contra hijas, hermanas, esposas o las madres que les escupió en sus putas caras. Así es la violencia del hombre -masculino-. Machos encabronados que se suben al poder de su falo para eyacular, una y otra vez, día tras día, año tras año, generación tras generación, podredumbre en las mentes -definitivamente aniquiladas- de una parte de la población, condenada genéticamente a asegurar la supervivencia del hombre -ser animado racional, varón o mujer – desgajado hace miles de años de las bondades que Rousseau se empeñaba en asignarnos como naturales.

‘Millennium’ es el coadyuvante de una sociedad que supura crisis de todo tipo por todas sus rajas, que no son femeninas, porque éstas, de ser de verdad, es decir, femeninas, era para estar lamiéndolas permanentemente por habernos dado esta vida. ¡Míseros!