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2009No hacer nada
Diario Ideal 29 julio 2009
Ya es domingo por la tarde y lejos de no hacer nada, me aplico, tecleo para esta columna que, cada día, va sumando palabras. Y decía lo de no hacer nada, no en el sentido de perrear en el sofanito. Lo decía más en el sentido taoísta: no hacer nada, pero sin dejar nada por hacer. Hoy me puedo dar por satisfecho. No me he dejado nada por hacer. Hasta he conseguido superar unas de mis marcas personales en esto de las carreras.
Pero lo de hoy va para aquellos que, en breve, comenzarán sus merecidas vacaciones. Todos tenemos tendencia a esperar demasiado de ellas. Y es lógico. Más de trescientos treinta días esperando, son muchos días, para pensar que los quince o veinte que nos tocan, van a ser los perores de nuestra vida. Pero, sin embargo, ocurre. Las separaciones y divorcios se disparan en septiembre. Y la razón es tan sencilla como ésta: nos empeñamos en medir y cumplir el tiempo exactamente igual en vacaciones que en nuestra vida civil ordinaria.
Nos guste o no, cada día tiene su liturgia. Somos capaces de saber en qué día vivimos sólo analizando lo que vamos haciendo cada hora. En vacaciones, lo que debería ocurrir es justo lo contrario: perder la noción del tiempo para abrazarlo, para saborearlo, para tutearlo y conocerlo mejor.
Los que son de despertarse temprano, deben dejar de hacerlo. Los que desayunan café y tostadas deben probar acompañarlas de huevos, por ejemplo. Las dos de la tarde no es hora de comer. Ni a las cuatro toca siesta, ni tampoco las nueve de la noche es la hora de la cena. Prueben a desayunar fuerte a las doce, tomar un suave y frugal tentempié a las cuatro y disfruten de una excelente cena a las siete de la tarde, para acabar el día con un maravilloso y largo paseo que ayude a hacer la digestión y nos abra las ganas de cama. No es una rutina. Supone dejar la rutina a un lado para que cada día, llegue el caso, o no, «descumplir» los hábitos adquiridos. Nos hallamos en lugares y habitáculos diferentes. No tenemos nuestro baño, ni nuestra cocina, ni nuestra cama. Y eso, o se entiende, o llega el infierno. ¡Niño a comer! Que me toca la siesta. ¡Joé en la playa todavía y ya es hora de cenar! ¿Y qué? ¿Qué más da? Se trata de eso. De no hacer nada pero sin dejarse nada por hacer: dominar el tiempo, dulcificar las costumbres, relajar los hábitos, etc. Las vacaciones serán, así, una delicia. Cuando la comodidad gana la partida a la apariencia, la vida es más sencilla.
No se lleven la ropa de siempre, ni los zapatos o bolsos que lucimos en la ciudad. En la playa, en el campo, en vacaciones, todo está permitido. Ellas en tanga perdido y«dessujetadas»; ellos enfundados en pantalones de lino, con barba de cinco días, sugiriendo un love and peace eterno. Si se empeñan en centros comerciales, lucir marca, tacones, pantaloncito con cinturón a juego de los que ya nos ponemos los otros cientos de días, no disfrutaremos de ese atisbo libertario que supone administrar unas buenas vacaciones. Y mi deseo es que todos los lectores las tengan. Porque si no llega septiembre y la peña se queja de lo mal que estaba todo. Normal. Te has llevado tu rutina de vacaciones. Y en ese tiempo, lo que debes es despedir, aunque sea via ERE, a tu rutina.
¡Libertad para tu libertad!
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