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2010La niña que leía cuentos
Diario IDEAL, 13 octubre 2010
El universo creador y creativo de cada uno de nosotros es interminable, infinito, casi inabarcable. Así somos las personas. Seres racionales que usamos esa misteriosa parte de nosotros alojado dentro del cráneo para ser autores de lo mejor -y de lo peor-. Pero no seré yo el que hable de lo peor de cada uno de nosotros, porque eso, las presencia de fantasmas o la cara oculta de nuestra alma, ya la conoce -o la debería conocer- cada titular jurídicamente independiente del seno materno.
Ayer lunes -porque hoy martes es cuando escribo semanalmente esta columna-, estuve sentado en un confortable sillón hojeando uno de los libros que esperaba se editara desde que conocí su existencia. No me resistiré a ir mañana -hoy- a comprarlo. Me ha parecido deliciosamente tierno, duro, lleno de angustia, escrito por una persona que vivió sobre su dulce fragilidad a lo largo de sus escasos 36 años.
Sin embargo, ese cuaderno negro que ha dado para la edición de este libro, tiene mucho de cada uno de nosotros: con un formato de poesía aleatoria -sin métrica, rima o la más mínima compostura metódica- es un ejercicio íntimo de desnudo frente a una hoja de papel. Ese desnudo no es de tetas, culos, coños. No. Es un desnudo al que no estamos acostumbrados a practicar. La carne es carne. Por eso se vuelve vieja y arrugada. Por eso, esa carne, con los años, ya no interesa. Pero es algo visual. Temporal. Mas, existe ese otro desnudo, desnudo interior que, por muchos años que pasen, sigue conmoviendo, excitando, subyugando, hipnotizando. Quizá sea el desnudo más complicado de practicar ya que, como excusa, solemos usar el cartón por vestimenta. Tramoya tras la que ocultamos todas nuestras aristas. Por eso es difícil encontrar a personas que se desnuden de forma sencilla, natural. Cuando las descubres, hallas un universo único, irrepetible. Es, al fin y al cabo, nuestros universo, el consciente y el subconsciente, el que vive con nosotros desde el día que tenemos uso de razón y nos permite asumir que practicamos en soledad el último suspiro antes de cerrar definitivamente los ojos para convertirnos en recuerdos, en ‘seres queridos’ para terceros, propios y extraños.
Sin embargo, ahora, con ese libro en mi memoria y seguro que mañana en mis manos, otra vez, he vuelo a sentir la presencia de ella en mi vida, Como cuando la admiraba sentado en un banco de la Rambla o cuando, fijándome en sus uñas pintadas de rojo, ideé ‘La chica de los pies perfectos’, posteriomente transmutada en ‘la niña del lago’.
Ella, al fin y al cabo, vive, y -viva- consigue desnudarse cada año, una vez más. Y yo lo celebro. Es la excitación de las letras, sus letras. ‘Fragmentos’ también es poesía. Hace realidad aquello de que de los cobardes nunca se escribió nada. Ella escribió y de ella se escribe. Es la herencia perfecta. El desnudo más famoso de la historia. Por eso no puedo evitar -lo intento a diario- desnudarme. Ayer lo pensaba. Hoy lo escribo. Mañana lo practicaré.
Mientras no pude evitar acordarme de ‘la niña que leía cuentos’. Siempre rubia. Siempre sonriente. Siempre enamorándome. Siempre huyendo. Siempre transformándome en el eterno cazador de sueños. Hasta que descanse en paz.
Será mi herencia. Otro desnudo.
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