Almacenando almas

Cuando abrí el frigorífico observé que estaba vacío. Su helor casi provocó que mi camisa ardiera.

Ese hielo pegado las paredes cristalizadas de algo blanco, níveo, que conserva incluso cuando en el exterior las llmas del infieno asoman a la puerta de la vida, me recordó el almacén que un día me enseñó el viejo Petronius, cuando leventó la tapa de su retrete y me dijo: ¿sabes que guardo aquí?.

Levanté mi cejas, sorprendido.
Insitió con su pregunta.

Pues lo ignoro, le dije destrozado al ver el agua espúrea de aquel inodoro mal oliente.

Se trata del almacen de almas. Se usa, las guardas, huelen mal y si te estorban, las haces llegar al infinito con dos litros de agua.