Compartir, compartir… para ser feliz

 

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Diario IDEAL, 11 de abril de 2012

Estoy contento. Lo reconozco. Este último viaje al extranjero me ha ayudado más de lo que imaginaba. No es que haya vuelto un ser nuevo pero sí alguien que ha decidido emprender el divertido camino del crecimiento personal, más aún, para poder compartirlo con los que me rodean con el único ánimo de ser algo más felices. Hablaba la semana pasada del ‘life is too short’ anglosajón para desembarcar hoy mismo -por ayer- en el Congreso Internacional de la Felicidad que ha organizado el Instituto Coca Cola de la Felicidad y que ha tenido al inmenso Eduardo Punset como cabeza visible en su dirección. En mi caso sólo he podido asistir a la jornada de este martes. Pero ha sido más que suficiente para ratificarme en que somos más de los que imaginamos los que pensamos de forma diferente en relación a toda la mediocridad y ‘mala follá’ que nos rodea.

He disfrutado con testimonios muy emotivos de personas que están realizando tareas encomiables en el Tíbet, Bombay o Manresa. O cómo personas que no buscan ningún afán de protagonismo ayudan a enfermos terminales, alumnos o personas necesitadas. Todas ellas movidas por el mismo verbo: compartir. Ellos compartiendo; ellos creciendo; ellos generando felicidad y en consecuencia, llenándose de esa misma felicidad.

En un país cainita y envidioso como es el nuestro, resulta llamativo ser los líderes mundiales en donación de órganos que, sin embargo, mata a la intuición o a las emociones en sus colegios, en pro de la razón o el ensalzamiento hasta la divinidad del terruño, amputando gran parte de nuestras potencialidades para gestionarlos y por ende generar frustración, o sea, infelicidad.

Sádaba, el filósofo, nos ha enseñado a cómo gran parte de la infelicidad que ahora mismo vivimos ha sido provocada por la tara colectiva de ser ‘políticamente correcto’. De eso sabemos mucho en España. Por eso no hay verdaderos debates que nos ayuden a ir al fondo de las cosas y nos permitan crear soluciones que generen felicidad en la sociedad. De esto también se ha entonado el ‘mea culpa’ por parte de los medios de comunicación. Me consta.

Punset ha hablado de lo que deberíamos aprender aún de los anglosajones que hasta se permiten el lujo de recoger la felicidad, como un derecho individual inalienable, en sus constituciones -esto sí que es políticamente incorrecto-. Y es que el individuo en su grandeza, como ser receptor de todas estas potenciales -muchas aún por descubrir en nuestro inconsciente- puede y debe ser feliz. Para ello conceptos como libertad, esfuerzo, interés, etc., son imprescindibles. Reflexión, debate, armonía, respeto, disciplina, solidaridad, son más de lo mismo. Puntales necesarios para generar felicidad. Antonio San José hablaba incluso de las personas corcho -ésas que siempre ayudan a todo- y las personas plomo -ésas que sólo saben hundir al personal- (muy abundantes, por cierto, en los tiempos que corren en nuestro país).

Y Carlos Jean nos ha mostrado entre otros, como ha cambiado también su vida gracias a su constante ansia por compartir frente a una industria, sector y cantantes que sólo han buscado el efecto contrario. Para él Internet, ¡Ay Haití! o Pablo Motos han sido esos peldaños que ha subido gracias a la pasión por lo que hace.

Me he visto reflejado en muchas de las palabras de los ponentes. Por eso, si cabe, hoy me siento un poco más feliz. He practicado, practico y practicaré aquello del ‘compartir para crecer’ porque cuando lo haces, no sólo eres feliz sino que generas felicidad a tu lado. Sabemos lo dura que es la vida; las situaciones cotidianas de pobreza, marginalidad, frustración, daño; pero, sin embargo, debemos ser también conscientes de que esta realidad puede ser menos dura si disfrutamos de los pequeños momentos, detalles, caricias, gestos, palabras que no hacen ser y compartir felicidad. Buscarla y currárnosla.

Es curioso como la gente no sonríe por la calle. Yo procuro hacerlo cuando corro o monto en moto; cuando subo a un ascensor o cuando realizo el simple gesto de abrirle la puerta a otra persona. He aprendido a gestionar mis emociones; a mostrarlas sin pudor. He aprendido que generando esos trocitos casi imperceptibles de felicidad, los que me rodean, lo son un poco más. Por eso abrazo tanto a mis hijos. El abrazo es un motor inagotable de felicidad; de inmensa felicidad.

Esta cadena es la que debe mover el mundo. Es la cadena que ya está en marcha. La sociedad, cada uno de nosotros, desde nuestra individualidad, debe ser razonablemente feliz y compartir esa felicidad. Hay millones de razones para serlo. Desde tener el techo más bonito -ese cielo azul estrellado- hasta saborear la suerte de asistir a encuentro donde ni para abrirlo ni para cerrarlo, han aparecido los políticos. ¡Momentazo de felicidad¡