Cuanto más salgo, menos me encuentro

Diario IDEAL, 9 abril 2014

Este podría ser el resumen de una sensación que me embarga desde que empecé a salir al extranjero. Ya no sé ni las veces que lo he hecho. Tampoco llevo la cuenta de los países que he visitado (siempre muchos menos de los que en realidad me gustaría conocer- todos, en verdad-), pero sí que tengo ya la certeza absoluta que cuento más salgo más allá de las fronteras de Hispania, menos me hallo. Y digo que la extraña sensación de no hallarse, muy sana por otra parte porque, al menos, te lleva a preguntarte ‘¿qué coño hago yo en este país?’, me ha vuelto a atrapar en mi último viaje a Polonia. Y no porque sea Polonia. Pero claro estando allí, viendo sus usos y costumbres, viendo sus horarios laborales y escolares, cómo funcionan en las empresas o qué respeto se le tiene a la policía, pues uno llega a la conclusión de que, cuando vuelves a la tierra de la madre que te parió, en realidad, piensas en cagarte en todos sus muertos porque esto no lo entiende ni esa madre, ni sus muertos, ni ‘Sannani’ el de las tortas.

>Porque yo me pregunto… ¿por qué un español, en el extranjero, se adapta con pasmosa facilidad a esos ritmos y aquí no hay narices -por no decir cojones- de poner esos horarios en marcha? Si tú entras a currar a las ocho o nueve de la mañana y sales a las cuatro o cinco de la tarde y tus hijos en edad escolar tienen ese mismo horario, ¿acaso no conciliamos mejor la vida laboral y familiar? Si sales de currar a las cinco de la tarde, por ejemplo, como ocurre en muchísimos países del mundo y tienes las tiendas o gimnasios abiertos -un ejemplo- hasta las siete, ocho o incluso diez de la noche ¿no es más fácil conciliar el trabajo con el tiempo libre? Si tu horario es de nueve a cinco, y está mal visto quedarte más allá de esa hora, ¿qué sentido tiene empeñarse en confundir productividad con presencia? Si sales de tu oficina, por ejemplo, a esas horas ¿no puedes cenar a las siete? Eso significaría que el ‘minuto de oro’ de la televisión no lo tendríamos a las 23:45 de la noche, momentos estelares de las televisiones españolas, si no por ejemplo a las 21:45, lo que supondría que, de media, podrían acabar las pelis o los bailecitos a las 22:30 ó 23 horas como máximo. Y además acostarte con la digestión hecha. Y dormir un poco más.

Son breves reflexiones que uno se hace cuando sabemos que España es uno de los países menos productivos dela UE porque somos el país que menos duerme, más tarde se acuesta y peor concilia la vida laboral y familiar, y eso que aquí se nos llena la boca cuando hablamos de la familia. ¡Y un mierdón como una casa! Si la familia nos importara tanto -y de verdad, no para el puro ‘postureo’- otro gallo nos cantaría.

Aquí seguimos presumiendo de calidad de vida, cuando en realidad, si nos ponemos un segundo a pensarlo, es un concepto más que discutibles. Qué sí, que hay sol y se come de pita madre. Sí. Pero que de eso no se vive. Que no puedes cortar a las dos y engancharte empanado las cinco de la tarde porque más de 250 millones de europeos, a esa hora (Francia, Alemania, Polonia…) van camino de su casa, a disfrutar de su tiempo personal, íntimo e intransferible. No me voy a detener en las vacaciones escolares porque eso da para un manual. El despelote en este sentido de Hispania, la tierra de las tribus que lucen trapitos de colores, es colosal. Por no hablar de otros temas más delicados como el respeto a las fuerzas del orden público. Aquí por defecto discutimos con ellos, todo, y ellos, o se dejan apedrear -casi hasta la muerte- por falta de huevos de sus superiores, o son como esos mozos de las cuadras que en plan ‘escuadrones de la muerte’ envueltos en rayas de colores, tienen una facilidad para dejar a sus detenidos secos como la mojama con la facilidad ‘made in Catalonia’ versionando a Steven Seagal.

>En fin finito. Que para otra columna me dejaré los mercadillos, la educación (no la de las escuelas, sino la que se mama), los políticos, las infraestructuras fantasmas o la simple costumbre de responder, en tiempo y forma, los correos electrónicos.

En todo caso me afirmo y ratifico, una vez más, en todo lo dicho. Si por ahí fuera hay tantos que lo hecen bien y cuando nos justamos con ellos, lo hacemos, ¿por qué extraña razón psicosocial, somos incapaces de hacer algo similar aquí? No es cuestión de emprender o de aprender. Es cuestión de que si tenemos sol y comida (por cierto, carísima comparada con otros lares, siendo productores de tantas cosas), aprovechar lo que otros hacen bien, para vivir mejor. Por eso no me hallo.