Desde China con amor

Diario IDEAL 22 mayo 2014

Ayer, al bajarme del avión en Zurich para tomar la última escala con dirección a España, pensaba en cómo escribir esta columna. Acabo de regresar de una misión comercial que nos ha llevado a varias ciudades chinas, que sumadas, arrojan por sí solas una población de más de sesenta millones de habitantes: Shanghai, Zhengzhou, Pingdingshan, Louyang y y Beijing. Este dato me sirve para mi primer apunte: cuando llegas a estas ciudades no sabes de qué color es el cielo. Ayer lo comprobé al ver el azul de Zurich. Es lo primero que notas al llegar a una de estas inmensas macrociudades. No se ve el sol. La culpa la tiene posiblemente esa invasión de coches de marcas europeas fabricados allí que inundan las inmensas avenidas de las ‘polis’ chinas. A ello añadimos que las bicicletas maoístas han sido sustituidas por una especie de ciclomotores eléctricos que circurlan noche y día, sin parar, en todas direcciones, cargadas algunas de ellas con insostenibles montañas de bultos. China es un gigante. Un gigante que le ha dado una patada en el culo a la hoz y el martillo (inexistente como símbolo por ninguna parte), para declararse república popular que practica el capitalismo de Estado. Los chinos son apasionados del dinero. Les gusta ganarlo y mucho más, gastarlo. Por eso las viejas construcciones están siendo derruidas en su totalidad para dar paso a inmensísimos rascacielos que generan ingentes negocios y empleos. China luce espléndidas infraestructuras, autovías de lujo, aeropuertos envidiables y estaciones de tren de alta velocidad de último diseño. El maoísmo sólo queda para controlar la información, los medios y las redes sociales.

China es un vivo ejemplo del fracaso histórico y la impostura ideológica del maoismo y sus primos hermanos castristas, marxistas, leninistas y los herederos de todo ese enjambre que deglute incluso al corrupto socialismo andaluz. Por eso allí no tienen seguridad social. Para atenderte en un hospital debes pagar; en caso contrario mueres en la calle. Los yates que se apilan en el Yatch Club de Shanghai dejan en ridículo a los de Mónaco y los coches de altísima gama campan a sus anchas por el país de la Gran Muralla. El gobierno construye budas gigantes, como el de Lusham (el más grande del mundo) para atraer a turistas, siendo la religión algo ‘incompatible’ con estas ideologías. Las nuevas generaciones son adictas al móvil, los ‘selfies’ y gastar todo el dinero que pueden para lucir las mejores marcas mundiales de ropa, complementos, gafas de sol… Y en comer. Porque en China se come, y mucho. Por todas partes. En todas las calles. Y se bebe… para mí en exceso. Pero esto forma parte de su tradición porque el chino es acogedor y gusta compartir sus tradiciones, sobre todo, en la cena, momento central de la vida social de un chino. No es de extrañar acabar un cena con un cogorzón descomunal. Se brinda por todo, por todos y por cuadruplicado ejemplar. Las cuatro estaciones tienen la culpa.

En China se vive de forma frenética y muy rápido. Demasiado. Por eso no es extraño ver a todo tipo de personas aprovechar un escalón, un cubo, una bici o el asiento de un coche para dormir. Se desayuna sobre las siete de la mañana, se almuerza a las doce y se cena a partir de las seis. En esto son muy europeos (o los europeos muy chinos). Aquí no meto a los españoles y sus locos horarios. En China he visto a sus mayores escribir poemas con agua en las baldosas de un parque, mascletás descomunales por bodas, una concentración ciclista y un amor pornográfico por el claxon que todos tocan de forma incesante ya sea un autobús, un coche, una motillo o unos engendros extrañísimos de motocarro que hacen de taxis en muchas ciudades. Y he visto gente. Mucha gente. Y entre tanta gente no me he librado de alguna foto porque los chinos tienen el pelo liso y para las chinas, los rizos, dan un toque exótico y alguna ventaja competitiva. Me han masajeado los pies hasta conseguir que me durmiera y he tomado más de ochocientas fotografías.

China es un brutal exceso. Por eso es el único país donde el aceite español tiene más del sesenta por cierto del mercado. Aquí se han excedido y veremos si a corto plazo no acaban con todas las existencias españolas. Al tiempo. Que si a los chinos les da por algo, es que son muchos millones de criaturas. Con pasta, ganas y deseando gastar.

China también es un país de sombras. Las he visto. Pero muchas de ellas no son sino otro ejemplo de la miseria de un sistema que necesariamente avoca a sus ciudadanos a una mísera vida terrenal. He vuelto de China sabiendo que volveré, y pronto. Me he traído tantas cosas por hacer, por ver, por oler, por disfrutar, que pese a los miles de kilómetros de distancia, los miles de kilómetros que hay que hacer allí, que estoy convencido que habrá lugares donde el azul del cielo sea imposible de evitar. Ahí está el Tibet y las inmensas cordilleras del Himalaya. Iré, sobre todo para hacer algo que no he podido hacer: correr.