Desde Luoyang con (casi) amor

 

 

 

Diario IDEAL, 29 de octubre de 2014

 

Son las tres de la tarde y llueve sobre Luoyang, una ciudad de unos siete millones de habitantes. Un pequeño receso en nuestra apretada agenda para que, desde esta habitación, puede hacerte llegar, a ti lector, qué ocurre en el país de los casi ochocientos dialectos y de los herederos de Mao. Esta es la tercera vez que durante el presente año estoy en China, recorriendo gran parte de ella, en el Norte, Sur y Oeste que me permite, por ahora, tener una visión, más o menos global, de este singular país. Vaya por delante mi asombro, aún, por aquellos que añoran un sistema comunista o de socialismo ‘real’. Esto es el caos y un sistema que, por definición –y en la práctica-, genera terribilísimas desigualdades. Nadie habla de ‘La gran hambruna’ de mediados de los años cincuenta en China cuando Mao consiguió matar de hambre a treinta y cinco millones de chinos en el genocidio más grande de la Historia de la Humanidad. Tal vez por eso, hoy, los chinos, sean personas que se sientan con frenesí a la mesa y tiran ingentísimas cantidades de comida a las puertas de su casa mientras, frente por frente, la miseria pasa un rastrillo por un minúsculo trozo de tierra y así poder albergar la esperanza de llevarse un trozo de comida a la boca.

El igualitarismo maoista ha creado una sociedad que ‘parece’ que trabaja pero, al margen de ser una jungla donde se mezcla la improvisación, la corrupción y la casta, reina la desidia, la escasa formación y preparación, y han eliminado, destruido todo vestigio de un pasado, mejor o peor, pero que todo pueblo tiene derecho a conocer y reconocer. Por eso China hoy es un gigante de rascacielos y de ciudades que han arrasado con todo un pasado que, sin duda, es milenario. Casi lo que hace referencia a la Historia es de cartón piedra y gran parte de los tesoros nacionales o están en los pocos museos que hay o en la vitrinas de amigos del Régimen que, tras negocios aparente legales, esconden oscuros tejemanejes de fichas y caritas de porcelana.

El papel de la mujer en este país es casi irrelevante y es extraño encontrarse a singulares féminas dirigiendo grandes corporaciones. He tenido la serte de conocer la directora del primer Hospital de Medicina Tradicional China de Luoyang que tiene como médico insigne a una doctora de más de ochenta años, referente mundial en esta especialidad. Pero es la excepción que confirma la regla. Todo lo demás es un mundo apabullantemente masculino. Y no sigo porque, sólo lo masculino –y su mundo-, me produce vergüenza ajena; aquí y en Pernambuco.

Me gustaría que China fuera un país diferente donde su enorme riqueza de campos y ríos se notara en sus calles. Pero cada rincón de China es un extraño retazo de un mal sueño por lo extraño que es todo. Viejos arrastrando cartones frentes a los poderosísimos coches de gran cilindrada europeos, con sus cristales tintados de negro que conducen un ejército de sirvientes que fuman como carreteros y beben, no como cosacos, si no como auténticos nietos de Mao.

China es una gran nación a punto de explotar. Un mercado acelerado que por su propia dinámica va a deglutir a todo el que se le ponga por medio porque son muchos millones de criaturas que no paran ni un segundo en su frenesí de vivir o intentarlo. Son obedientes, muy obedientes; pero inseguros y poco constantes,aunque con indisimulables ganas de conocer todo lo que venga del exterior. Y yo en este escaso espacio de tiempo me doy cuenta de ello porque nuestra bola aceitera crece como la espuma, no sin cierto miedo por mi parte.

En todos mis viajes de este año me he llevado, por supuesto, cosas muy positivas de este país, desde su singular hospitalidad, las miradas extrañas de los niños al ver a un europeo por primera vez, o las mujeres sonrientes que te piden hacerte fotos con ellas por la calle, tal vez, porque otras de las cosas que apasionan a estos hombres y mujeres es la tecnología y su afán de aprovecharla para ‘aparentar’. El que puede aparentar lo hace y mucho. Y sin remilgos. ¿No éramos todos iguales? No, desde luego que no. Yo he visto cómo un funcionario me pedía que le sirviera vino con aires de maoista superioridad hacia mí y eso que era -y soy un invitado- pero es lo que tiene el comunismo y su socialismo real. Todos somos putos esclavos del Régimen que quiere servidores sumisos y obedientes a sabiendas de que en las tubería huele a podredumbre. Es la gran lección de este país. Pero para vivirlo hay que venir a verlo, olerlo, saborearlo y descubrirlo, pero no en excursiones organizadas. A tumba abierta. Y esto es aún algo muy poco conocido por mis compatriotas.

Por cierto, añado, si hay algo que gusta en China es España. España como país, como cultura, como gastronomía, como estilo de vida. España ha ido, va e irá bien no, muy bien, en el exterior. Si se nos quitarán de encima las pajas mentales que tenemos -reales e inventadas-, el mundo volvería a ser español. Siempre que vengo a China o salgo de España me acuerdo de la coplilla de Los Nikis. Pero eso es otra historia.