El hombre sin pasado

El director está dispuesto a empezar a rodar. Todos están en sus puestos. La escena en sencilla. Se trata de reflejar en varios fotogramas la presencia de un hombre sin pasado. ¿Cómo montar una escena para que el hombre carezca de pasado? ¿Puede un hombre no tener pasado? Si existe el tiempo, siempre habrá pasado, presente y futuro. El se dispone a arrancar su paseo. Sin nada más que sus propios pasos. Ligero de equipaje. Todo pesa demasiado. Todo nos pega a algún sitio. Sin equipaje y sin tierra es la mejor forma de entender cómo viven las aves migratorias. Vuelan a sus nuevos destinos sin importarles qué dejan atrás, nidos y horas de trabajo en unir sus mimbres para cobijar nuevas criaturas que ya han volado del nido y, como los adultos, no volverán al lugar del que parten. Los pájaros entran en escena. La calle está vacía. Media tarde.
Calurosa tarde.
Un enorme campanario marca la hora solar. Esa sombra es efímera también porque en apenas unos segundos ya no estará ahí. Habrá cambiado. La sombra, como los recuerdos, cambian, varían y hasta desaparecen. Ya no hay maletas. Ya no hay tierra. Ya no hay recuerdos.   Ella entra en cámara. Sus brillantes ojos azules dejan a la luz un minúsculo punto negro. La pupila se cierra. Demasiada luz. Demasiado sol. Su piel se vuelve casi frutal. El sol cae y los naranjas dominan toda la escena. No hay palabras. Ella sonríe. Una sonrisa eternamente buscada. Dientes casi perfectos para unos labios casi perfectos para una boca, perfecta. Redonda. Que abduce. Que te abstrae de la realidad.
Llega el vacío.
El vacío de unas maletas huecas, una tierra yerma, una sombra invisible y la inmensidad de una desconocida sonrisa que convierte en eterno el futuro. La cámara vuelve a él.  En silencio resbala lo que pudiera ser la última lágrima de un pasado que se disipa. Ella le coge la mano. Y caminan hacia el final de la calle, sin destino, sin palabras, sin pasado.
Ahora es ahora.
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Foto tomada en Utah (USA)