Hoy es uno de esos días

Diario IDEAL, 26 febrero 2014

Hoy es uno de esos días en lo que que cuando me asomo a esta columna, me quedo en blanco. Tal vez esté agotado o tal vez mis temas se han acabado. Mi desconexión del mundo que me rodea es cada vez mayor y tengo la sensación de ser una isla en medio de tanta ‘masa’ que prefiere pasar una hora o más ante la tele tragándose un bulo para luego opinar vociferando a diestro y siniestro. Ahora sólo oigo a Carlos Herrera en el momento del desayuno para hacerme una idea de dónde estoy, pero hasta el día siguiente, apenas si atisbo nada de la realidad informativa que acontece. En mi TL de Twitter ya no me queda más remedio que leer los rebuznos de los community managers de los partidos políticos o los insultos que se proliferan unos contra otros, primitivos y reducidos a 150 caracteres. Cada vez los obvio más y me afectan menos su sectarismo y adoración al santo grial de su ideología, cuando la ideología está más muerta que nunca, porque el único dios que mueve el mundo es el dinero. Y ha sido así desde el origen de los orígenes. Por eso me centro en que a mi alrededor se mueva el dinero y los que se mueven conmigo, muevan el suyo. Lo demás es pura mentira vestida de postureo. Suena frío pero es así.

El resto de mi tiempo lo invierto en que ésos que me rodean, a los que jamás me ha unido ideología alguna, porque ésta es la mayor de la hipotecas intelectuales que existen, que empobrece, limita y entorpece la visión de un campo lleno de flores, sean lo más felices posibles.

Nos ha tocado vivir en un país donde los cambios se han gestado por los necios, los menos cualificados y en la actualidad, por una casta de corruptos que han trasladado su corrupción -la ideología es corrupción- en todos y cada uno de los rincones que machihembran una sociedad: cultura, educación, empleo, sanidad, televisión, finanzas, etc. Vivo en un momento de desencanto generalizado pero sin embargo, extrañamente, he fortalecido mis vínculos con los que me rodean, con los más cercanos, con los que verdaderamente siento que mi acción tiene repercusión.

Porque ¿de qué me ha servido cabrearme cada vez que me juego el tipo en la A-316? Un día volcará una autobús cargado con niños, morirán sesenta criatura y vendrán las lamentaciones. ¿De qué sirve hablar de empleo, cuando varias generaciones completas han perdido la dignidad antes cifras que superan el 40% sin que a nadie se le caiga la cara de vergüenza? ¿De qué sirve tu honradez si a cada paso que das alguien intenta engañarte? ¿De qué sirve tu educación si en cada esquina te cruzas con un maleducado que no recoge la mierda de su perro, no se levanta en el bus para cederle el sitio a una señora o simplemente, coleguea con tus hijos púberes, siendo todo un profesor?

Cada reflexión que hago sobre lo que me rodea me lleva a terminar por arribar a las costas de la ‘asociabilidad’; pero es incorrecto. Porque yo no soy sin mi ser social que llevo dentro. Y como ser social, hallo mi individualidad en lo que debiera ser la continua reivindicación de la individualidad de los que me rodean y no esa extraña orgía de sentirse ‘masa’, porque las masas, hasta las de pan, lo único para lo que sirven es para ser moldeadas y manipuladas.

Supongo que hoy no tengo mi día bueno y mis letras, tal vez, supuren algo de melancólica sensación de tirar la toalla. Las burbujas de la piscina, últimamente, me acompañan mucho porque ellas siempre dicen la verdad. Estás en el agua, de donde proviene toda la vida y es en ella, donde ahora me siento más vivo, mientras braceo al son de mi respiración. Pornto serán, de nuevo, las crestas empinadas de las montañas. Es increíble la quietud silente que hay bajo el agua o en la cima de una montaña. Cuando te intenta engañar casi, a diario, desde muchos frentes, lo mejor es zambullirte en agua o tocar el cielo. El silencio nunca miente. Y antes de colaborar con la mentira, es mejor callarse. Me invade la sensación de que cada vez tengo menos cosas que decir.

Foto: Natalia Botero/Revista SoHo Colombia