La dignidad del idioma

Diario IDEAL, 26 marzo 2014

Según el diccionario de la RAE, dignidad, del latín dignitas-atis, es, entre otras acepciones, es ‘gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse’. Con la muerte de Adolfo Suárez mucho españoles han reconocido la dignidad de este hombre de Estado y han intentado, si ello es ya posible, borrar aquel gesto de redomada ingratitud que fue darle la espalda por completo en el año 1982. Adolfo Suárez fue un hombre digno, que vivió de forma muy digna (casi en algún momento de su vida rozando la quiebra) y ha muerto dignamente, si sufriendo una enfermedad degenerativa como el Alzheimer se puede morir dignamente. Yo creo que sí. Su familia es fiel reflejo de esa dignidad. Mientras, se han multiplicados las palabras y gestos para honrar a esta persona que dio ejemplo de dignidad a una pasión, la política, que en la actualidad está preñada de indignos en todos sus extremos, de Norte a Sur y de Este a Oeste (con mayúsculas el ser, en este caso, los puntos cardinales).

No en vano la dignidad de un político o una política también se descubre en su lenguaje o incluso, en el idioma en el que se expresa. Mucho he leído estos días de luto por Suárez, pero sin duda, el horror más grande, añadiendo vergüenza ajena, ha sido cuando la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, se descolgó con este tuit (cito textualmente): ‘Lamento en nombre de los andaluces el fallecimiento de Adolfo Suarez, un politico clave para el proyecto democratico de nuestro pais‘ (sic). En ciento cuarenta caracteres la Sra. Díaz comete la intemerata de cuatro faltas de ortografía. Claro, cuando estoy luchando porque mis hijos aprueben Lengua porque las faltas de ortografía, al margen de dar dignidad a un idioma en su expresión escrita, no sean el ejemplo de su incultura, la primera de las andaluzas, obviando su manido uso sectario del masculino y femenino (porque no le cabía, evidenciado su oportunismo manipulador socializante), ejemplifica la terrible desolación intelectual de nuestra actual clase política.

Ha llegado a comentarse que no fue su tuitterman el que lo escribió. Que fue ella misma. Con sus deditos dominicales. No sabemos si en misa o no, por aquello de hacerlo rápido para que no se dieran cuenta los demás en la homilía, pero sin duda es uno de los gestos más indignos que he visto en todos los días de mi vida, por ser ella quien es y por representar -eso lo dice también- a quien dice representar (algo más de ocho millones de criatura). Por supuesto no a mí.

Diez años arduos para acabar la carrera de Derecho, cinco en mis años mozos, no le han dado a la Sra. Díaz el lustre necesario para usar un correcto castellano en España y español en el extranjero. Diez años universitarios no han sido suficientes para hacerle entender que una representante institucional, como es ella, aunque no haya sido elegida en las urnas, no puede ni debe escribir con faltas de ortografía. Diez años de intensísimas horas de estudio para acabar su licenciatura, que yo acabé en cinco porque en mi familia no nos podíamos permitir los lujos de años infinitos en la universidad, no puede pedir dignidad en la enseñanza o calidad en el sistema educativo cuando ella es ejemplo de todo lo contrario al usar esta metralleta que escupe en ciento cuarenta caracteres tantas faltas de ortografía que, hasta a unos de sus alumnos de la ESO andaluza, los que creen que Suárez era de una dinastía -joven y jóvena en macrobotellón granaíno dixit-, se daría cuenta pese a su nula altura intelectual, aunque sólo fuera por reproducir la cabecera de un diario español. País es la palabra con más tilde del mundo, como Jaén.

Pero este estado de desolación que recorre las instituciones de este país (con tilde Sra. Díaz, como su apellido) es lo que ha hecho la figura de Suárez aún más grande. Esta cohorte de incultos, analfabetos y paralíticos ortográficos (con tilde Sra. Presidenta), es lo que encumbra la figura de un político irrepetible. Esta letanía de oblatos y oblatas, atornillados a sus sillones es lo que hacen que las lágrimas (con tilde Doña Susana) del Presidente dimitiendo un gesto de honorabilísima dignidad, algo absolutamente desconocido por esta demente clase estulta de dirigentes del siglo XXI.

La estupidez de un pueblo también se mide por la indignidad de sus representantes. Es obvio, una vez más, que los andaluces se merecen lo que tienen, no macrobotellones repletos de incultos estructurales, que ya bastante penitencia tienen con su propia ignorancia, sino con elegidas por el dedo divino que sirviendo a Dios y al diablo, no ocultan su desesperanzadora ausencia de dignidad. Tal vez, en otra vida, las tildes tenga mejor cabida que en la actualidad. En Andalucía, su presidenta, ya las ha mandado al ostracismo. No de ostracon (ὄστρακον) sino de ‘villa ignorancia’.